La conmoción de los monegascos por la muerte del príncipe Rainiero III era ayer muy sobria y discreta. Pero a la vista de las personas enlutadas, parecía que mucha gente sentía la desaparición del soberano como la de un familiar. Ante las puertas de palacio manos anónimas dejaban ramos de flores y, en algunos corrillos, se susurraban comentarios sobre el nuevo soberano, Alberto II, y la inevitable "lucha de poder que acompaña a toda sucesión", dijo también discretamente un funcionario. "Es algo natural incluso en las buenas familias. Y, aún más, en un microestado como Mónaco que funciona como una gran empresa", añadió.

Observar un luto riguroso por la desaparición del príncipe "es lo mínimo que podemos hacer, ya que hizo tanto por nosotros", reconocía un comerciante, que no hizo más que poner en el escaparate y cubrirla con un crespón negro la foto oficial de Rainiero que, desde siempre, "por tradición, y no por obligación" está más o menos a la vista en todos los establecimientos. Bares y restaurantes también suprimieron la música ambiental. "Es importante no ser mal visto", reconocía un camarero, porque el permiso de residencia puede ser retirado por Palacio sin ninguna explicación.

El heredero, que fue declarado de hecho nuevo príncipe soberano tras la muerte de su padre, curiosamente no ha hecho todavía ninguna declaración ni ha enviado un mensaje a sus súbditos. Esto alimenta nuevos rumores: desde una disputa entre los hermanos, a la posibilidad de tensiones por el reparto de prebendas entre los viejos consejeros de Raniero y los jóvenes lobos formados a la estadounidense que tomarán el poder con el príncipe Alberto. "Esta es una ciudad que se muere de vieja, y hace falta sangre joven para reanimarla", decía un taxista (francés naturalmente).

En realidad la idea de pequeño paraíso que se tiene de Mónaco depende del lugar que se ocupe en la escala social. Cada día, miles de trabajadores vienen de Italia y de Francia para hacer todas las tareas de servicios. "No nos quejamos", afirmó el dueño de un restaurante, residente desde hace 20 años en Mónaco y que cada noche pasa la frontera para volver a su casa en Beausoleil (a pocos metros del casino de Montecarlo), en Francia.

Vestir de negro

Tanta unanimidad en el dolor ante la desaparición del soberano sorprende y resulta poco creíble. De entrada todos los funcionarios y empleados de empresas estatales han sido "invitados" a vestir de negro durante un mes. Los nueve días de luto decretados (algo inaudito en Europa) han cubierto con una losa de morosidad la actividad de ocio y diversión.

Los casinos, sin embargo, escapan a la norma. Tras un cierre simbólico de 24 horas el día de la muerte, el Casino de Montecarlo reabrió ayer las puertas y en su interior no había banderas ni retratos con crespones. Para el día 15, fecha de los funerales, se prevé el cierre de todas las empresas, pero Palacio ha decretado que se pague a los trabajadores. No es de extrañar que incluso los obreros no dudaran en proclamar que Alberto II "es un gran hombre" que "estará a la altura de su padre".

Por su parte, los miembros de la familia Grimaldi han desaparecido del mapa. Desde el anuncio de la muerte de Rainiero, de 81 años, el miércoles, no se ha visto a nadie en público.

Hannóver, ingresado

El príncipe Alberto anuló su participación en los funerales del Papa. La princesa Estefanía, terriblemente afectada, dicen que no quiere ver a nadie. Y la princesa Carolina se encuentra al lado de su esposo, Ernesto de Hannóver, que, según se supo ayer, fue ingresado el lunes en el Hospital Princesa Grace por un problema de páncreas, del que se ignoran la gravedad y los detalles. La noticia se filtró en Alemania. En Mónaco se disparó de nuevo la alarma.