Brasil siempre se piensa a sí mismo en dimensiones colosales y, por eso, para el Mundial de fútbol de 1950, levantó en Río el estadio Maracaná, capaz de albergar entonces a 140.000 personas. El coliseo, emblema de la monumentalidad arquitectónica, parecía ayer una piscina saturada de agua marrón. Apenas el centro del terreno de juego se salvó de convertirse en un lodazal. Cuando la inundación comenzó a ceder, la basura quedó esparcida en el terreno. El agua llegó hasta los vestuarios.