Roma fue tomada ayer por un océano de polacos venidos para despedir a su papa y hoy la ciudad ha colgado el cartel de completo: tres millones de residentes, tres millones de forasteros de todos los continentes y 200 delegaciones de gobiernos de casi todos los países, además de los representantes de casi todas las religiones del planeta.

Si la capital del Imperio romano no se hunde hoy bajo los adoquines que cubren los siete fundamentos de las varias Romas, la ciudad debe ser realmente eterna. "Estar aquí es un deber", dicen todos los peregrinos y eso deben haberse dicho también los grandes de la tierra. El cielo colaborará, según las previsiones, con una mañana nublada.

La cola de más de dos millones de personas fue interrumpida ayer a las diez de la noche y, a las dos de la madrugada, el municipio cerró literalmente la ciudad: sólo taxis, buses, ambulancias, metro y coches oficiales podían circular.

Torre de babel

Las colas se pararon, pero no los manantiales humanos que a altas horas de la noche seguían brotando de las estaciones del metro, ni los varios centenares de trenes procedentes de Varsovia que seguían entrando por las fronteras del norte, ni los autocares que bajaban de todos los países de Europa central.

"No importa si no podemos llegar al Vaticano, lo importante es estar cerca", confiesan unos polacos desembarcados de uno de los 70 autocares llegados casi en fila india al párking de la estación Anagnina. Ayer fueron 100. Otros 700 recorrían aún, ayer tarde, las autopistas de Italia, camino de Roma. Algunos se enfadan. "Para verle en pantalla da lo mismo quedarse en casa", dicen. En los hangares, salas y andenes de la estación central, decenas de miles de personas han dormido en el suelo. Jóvenes, adultos, ancianos, monjas y curas, mezclados con los vagabundos habituales y los sobrevenidos. Una madre amamanta a su bebé. Alucinante torre de babel de idiomas, razas y condiciones sociales.

Tanta humanidad ha disparado la picaresca. La edición extraordinaria del Osservatore Romano con el anuncio de la muerte de Juan Pablo II se revende a 70 euros. Costaba 90 céntimos y a ese precio volverá a venderse por decisión del Vaticano el próximo sábado en todos los quioscos de Italia. "Es una falta de respeto al Papa", han explicado. Las tiendas del recorrido que lleva a San Pedro han sacado a la venta viejas colecciones de monedas vaticanas y una edición especial con el escudo de la Sede Vacante, que tras la elección del nuevo papa ya no tendrá curso legal.

Hoy las escuelas, los ministerios y todas las instituciones públicas permanecerán cerrados. El Gobierno y el municipio han conseguido que cierren también por luto muchas empresas privadas.

Al final de día, se habrán recogido 30 toneladas de basura, pero el ritual volverá a empezar esta tarde, cuando hayan terminado los funerales más multitudinarios de la historia. Y cuando se hayan ido los cientos de miles de personas que la pasada noche ocuparon todos los recovecos de los alrededores del Vaticano con la esperanza de ser los primeros en entrar en la plaza esta mañana.

Para el pueblo llano, no hay entradas ni puestos reservados. De pie durante tres horas, detrás del parterre de todos los mandamases del mapamundi. Es el milagro de Karol Wojtyla, el Grande. Primer papa superstar de la historia, el primero cuya elección fue anunciada por la televisión; un papa discutido por haber llenado estadios cuando las iglesias se estaban vaciando. Pero también solitaria conciencia que ha prestado su voz a los pobres, indígenas, enfermos y antagonistas del consumismo plastificado.