Durante los últimos 11 meses, la secretaria de Estado de EEUU, Condoleezza Rice, ha tratado de mantener viva la esperanza de alcanzar un acuerdo entre palestinos e israelís antes de final de año, el plazo establecido en Annápolis por George Bush. Pero la realidad la ha derrotado.

Antes de iniciar ayer su enésimo viaje a la región, reconoció que las elecciones anticipadas del 10 de febrero en Israel "limitan la capacidad de cualquier Gobierno para concluir el conflicto".

Rice entregaba así el testigo a Barack Obama, recibido de forma dispar entre israelís y palestinos. En Israel, la mayoría de la población prefería la victoria de John McCain porque temen que con Obama se acabe el cheque en blanco del mandato de Bush. "Los 30.000 millones de dólares que hemos recibido en 10 años son la punta del iceberg de lo que Bush nos ha dado", dijo el primer ministro en funciones, Ehud Olmert, en alusión a la ayuda militar. Tampoco gusta en Israel su intención de hablar con Irán.

OPORTUNIDAD Para los palestinos, en cambio, Obama representa la oportunidad de tener una Administración menos proisraelí. Incluso Hamás parece estar expectante. Los islamistas le pidieron ayer que hable con ellos. Los primeros indicios no apuntan en esa dirección. Rahm Emanuel, que ayer aceptó la jefatura de su gabinete, es un ferviente sionista judío.