Primero fue el Nuevo Laborismo de Tony Blair y Gordon Brown contra el viejo laborismo. Después siguió la guerra entre ambas personalidades. ¿Continuará ahora la tendencia fratricida, y nunca mejor dicho, en el seno del socialismo británico entre el nuevo líder, Ed Miliband, heredero de aquel viejo laborismo y excolaborador de Brown, y su hermano David, representante y exministro blairista? El ajustadísimo resultado permite plantear el interrogante. Las caras tensas de los dos hermanos al anunciarse el ganador, también.

Un llamamiento a la unidad por parte de vencedor y derrotados es obligado en estas primeras horas, pero sería suicida para el laborismo que, una vez apagados los focos de la conferencia de Manchester, las dos almas laboristas se enzarzaran en una nueva guerra interna.

El laborismo tiene ante sí una gran tarea, pero el punto de partida para enderezar su credibilidad ante la opinión pública y la capacidad de volver a ocupar Downing Street es menos malo de lo que parece.

Si en el ámbito interno el reto es el de la unidad, la política que debe convertirse en la máxima prioridad es la económica y en particular los recortes del gasto público. La política oficial laborista es la de recortarlo a la mitad en cuatro años, de una forma lenta y poco dramática.

Pero esta política oficial está socavada por las distintas opiniones expresadas en el partido, algunas contrapuestas o muy distanciadas de la oficial. Un sondeo de opinión publicado el viernes daba una seria señal de alarma al partido cuando aseguraba que el laborismo ha perdido la sintonía con la sociedad.

Ed Miliband tendrá ocasión de presentar su política de gasto público cuando el 20 de octubre responda en el Parlamento al ministro del Tesoro, George Osborne, que presentará la revisión de los presupuestos. Será el discurso que marque su liderazgo, para bien o para mal.

A favor, Ed Miliband tiene el hecho insólito de que su partido ejerce el monopolio de la oposición y se trata de una oposición no menor que en las pasadas elecciones impidió que los conservadores tuvieran mayoría para gobernar en solitario y obligó a formar una alianza con los liberaldemócratas. Sin embargo, sería un error insistir en lo que ha hecho la oposición laborista, que ha sido fustigar al partido de Nick Clegg.

El auténtico adversario de los laboristas son los conservadores por mucho que se sientan traicionados por quienes consideran sus aliados naturales. Tras la victoria de Ed Miliband, hay que desear que su hermano David no se convierta en un nuevo Denis Healey, el moderado excanciller laborista que en 1980 perdió la carrera al liderazgo ante el izquierdista Michael Foot. Healey era el mejor líder laborista que nunca fue.