Antes eran coches quemados, ahora son silbidos contra La marsellesa . La cólera de las banlieues se expresa unas veces con llamas y otras con pitos. Y si hay cámaras delante, mejor. El himno nacional francés fue silbado el martes en el partido amistoso de fútbol Francia-Túnez porque "las cámaras de televisión estaban allí y los que silbaban querían enviar un mensaje al Gobierno y a los medios de comunicación", estima Moshen Zemni, portavoz de Tunisiens en France, una organización de ayuda a la comunidad tunecina francesa que colaboró en la organización del encuentro. "No era tanto el himno contra lo que se quería silbar, sino lanzar una advertencia: atención, hay malestar", dice Zemni.

Las protestas de la mayoría de los 74.564 espectadores del Stade de France contra el himno no eran una novedad, ya que había dos precedentes --en uno se llegó a invadir el campo y a suspender el encuentro--, pero la furibunda reacción del Gobierno ha convertido el incidente en un asunto de Estado.

El sociólogo Michel Wieviorka distingue estos dos episodios del suceso. Sobre las causas de los silbidos, Wieviorka cree que "muestran el fracaso de la integración a la francesa, aunque también pueden ser una manera de agitación frente a la autoridad. Son gente que busca la ocasión de dar a conocer su rechazo, su odio a la nación francesa, mediante comportamientos no políticos en respuesta a problemas sociales y políticos", dice.

Extrema juventud

Wieviorka destaca la juventud de los protagonistas de la protesta. Zemni, de 42 años, nacido en Túnez pero que vive en Francia desde hace 20 años, coincide: "El 80% de los espectadores eran jóvenes, franceses de origen magrebí, que expresan el malestar de la juventud en Francia, su falta de confianza en el porvenir. No es tanto un problema étnico como de juventud. El hecho de ser joven ya es un problema, que se agrava al ser un joven de la banlieue y es aún peor si uno es magrebí. Entonces, no hay manera de encontrar trabajo". Zemni, que asistió al partido, condena los silbidos, que cree "inadmisibles" y afirma que la protesta la inició una minoría y luego la siguió la mayoría "sin saber muy bien por qué".

"Los más pequeños, nacidos ya en Francia, eran los que más silbaban", comenta Nourredine Ayed, nacido en Túnez hace 50 años, con 30 de residencia en Francia y doble nacionalidad. Considera que los incidentes reflejan "el hartazgo, igual que la quema de coches". Esos muchachos, de 15 a 20 años, son como el rapero Eldeterr, que dice que silbó porque no puede querer a una nación que no le quiere a él, o como Karim, que asegura que no silbó contra Francia, sino contra Nicolas Sarkozy. Cuando va al fútbol, Karim lleva la camiseta de Francia y la bandera de Túnez. "En Túnez, somos franceses. En Francia, tunecinos".

Azouz Begag, nacido en Lyón y de origen argelino, secretario de Estado de Igualdad de Oportunidades en el Gobierno de Dominique de Villepin, incide, por su parte, en la influencia del factor psicológico. "Los silbidos expresan el malestar de una juventud que se siente mal querida y que tiene necesidad de ser reconocida. ¿Cree usted que esos millones de franceses de origen magrebí han olvidado que entre el 2005 y el 2007 el candidato Sarkozy a la elección presidencial los utilizó como chivos expiatorios en su estrategia de conquista del poder? No. Fue con los temas de la inmigración seleccionada y no sufrida, que asociaba siempre a la inseguridad y a la pérdida de la identidad nacional, con lo que Sarkozy pudo atraer a los electores del Frente Nacional. No quiero decir que esto explique los silbidos, pero ha creado el contexto de contestación general".

Hamet Ben Arfa, futbolista francés de origen tunecino, uno de los más silbados por renunciar en su día a jugar con Túnez, ha explicado los pitos como una manera de buscar reconocimiento: "Esos jóvenes están ahí, son tunecinos, quieren mostrarse, hacerse oír, hay que comprenderlos", declaró al diario Le Parisien. Otro jugador francés, el azulgrana Thierry Henry, solo se permitió una ironía: "Era la segunda vez en tres días que jugábamos en el extranjero", dijo en referencia al partido anterior en Rumanía.

Reacción desmesurada

Al día siguiente del partido, ningún medio de comunicación destacaba los silbidos. Pero, curiosamente, el jueves se produce el psicodrama. A primera hora, el primer ministro, François Fillon, calificó los silbidos de "insulto a Francia" y declaró que el partido debía haber sido suspendido. A partir de ahí, a toque de pito, se desató un alud de reacciones que Wieviorka califica de "desmesuradas". "Son reacciones exacerbadas y a flor de piel con las que nos quieren decir que nadie puede reírse de la autoridad y de la nación", añade. Entre ellas figura la decisión de Sarkozy, tomada en una reunión de crisis, de interrumpir los partidos amistosos cuando se silbe contra el himno.

El secretario de Estado de Deportes, Bernard Laporte, fue aún más atrevido. "No tenemos ganas de revivir esto. No habrá más partidos contra Argelia, Marruecos o Túnez en el Stade de France. Hay que jugar en su casa o en provincias", dijo con el objetivo de alejar las tensiones de París.

Dos ministras de origen magrebí han tenido virulentas reacciones al llamar a los que silbaron "gamberros". "No hay que tener piedad con esa gente. Basta de hablar de malestar social o de problema de integración", declaró Fadela Amara, secretaria de Estado encargada de las banlieues. "Es inaceptable. No hay excusas", dijo la titular de Justicia, Rachida Dati.

Todo el mundo coincide en que la interrupción de los partidos es inaplicable. Solo los puede suspender el árbitro por causas meteorológicas, gritos racistas, invasión del campo o lanzamiento de objetos. ¿Cuántos silbidos o decibelios se necesitarán para la suspensión? ¿Quién dará la orden y desalojará el estadio? ¿Se devolverá el dinero de las entradas? "Creo que en 10 o 15 años no habrá partidos con países del Magreb", pronostica Ayed.

Denuncia en el aire

También puede acabar en nada la denuncia del Ministerio del Interior, por "ultraje al himno nacional", castigado con seis meses de cárcel y multa de 7.500 euros.

Pero se ha alimentado una explosión de nacionalismo con las reacciones, preparadas desde la noche de los hechos por Sarkozy y Fillon, que han elegido la estrategia de la tensión para desviar la atención, dicen algunos, de la crisis económica y financiera. Begag, por el contrario, considera que, para evitar nuevos incidentes, "Sarkozy debería ir a los suburbios para reunirse con esos jóvenes y hablarles de tolerancia, democracia y respeto a los valores republicanos". La marsellesa siempre fue un canto a la igualdad.