No es necesario agudizar los sentidos para identificar, en el barrio de Hay al Aamel, en el suroeste de Bagdad, las consecuencias de la guerra sectaria que padeció Irak tras la entrada de las tropas anglonorteamericanas en el 2003. A un lado de la principal arteria comercial, los callejones están abiertos al tráfico y la atmósfera es de normalidad. A mano izquierda, bloques de cemento y barreras erigidas con materiales improvisados taponan los accesos, y solo es posible introducirse en su interior por una única entrada vigilada por la policía. Semejante concurrencia no es producto de la casualidad. Porque a mano derecha se concentran los vecinos de confesión chií; a mano izquierda, los sunís. Muchos de quienes tuvieron la mala suerte de residir en el margen equivocado del barrio se vieron obligados a malvender sus hogares y a instalarse fuera de aquí.

En la indigencia

Uno de ellos es Ahmed Farhan Hasan Khalaf, de 45 años, de confesión suní. Milicianos del Ejército del Mehdi, la milicia chií que actuó con impunidad durante los años críticos del conflicto sectario (2006 y 2007), irrumpió en varias ocasiones para amenazarle en su propia casa, que finalmente acabó siendo pasto de las llamas. Ahora se ha instalado, con su mujer, sus cuatro hijos y sus tres hijas, en Hay al Huseini. Su nuevo hogar carece de las comodidades de antaño. Las calles no están asfaltadas, el único suministro eléctrico es el de un ruidoso generador y nadie recoge la basura.

"No me atrevo a volver, no es seguro", reconoce. Sin trabajo ni fuente de ingresos, su existencia bordea ahora la indigencia. "Vivo de lo que saqué vendiendo los restos de mi casa tras el incendio", explica apesadumbrado, sentado en un vacío salón. Al malvender su domicilio asegura haber perdido 200.000 dólares.

Algunos sunís que huyeron amenazados pero residen dentro del perímetro de su confesión religiosa sí han empezado a regresar, ahora que las aguas se han calmado algo. Abdallah Shaab, mecánico aéreo, fue herido de bala durante un tiroteo en el 2007. Ahora ha vuelto a Hay al Aamel tras vivir durante 18 meses de alquiler en Hay al Hadrakh. Ha perdido sus ahorros, pero admite que en los peores momentos del acoso del Ejército del Mehdi, algunos vecinos chiís se solidarizaron con él.