Por 30 euros, dos nikis. Por cinco euros, seis tangas. Y todo así. Mabel se va de rebajas y nos contagia su euforia, nos empapa de entusiasmo, nos involucra en su frenesí. Springfield, Stradivarius, Bershka... Las tiendas que le molan tienen todas una ese implosiva, un aire MTV y, fundamental, te dejan ver, tocar, coger, probar, dejar...

Mabel se va de compras y su vida se convierte en un vídeo clip lleno de tops, de shorts, de pulls danzando al son de uno que dice que tiene la camisa negra. Mabel de rebajas, pero no se sabe si entra en comercios o en discotecas con dependientas-gogós pichirrubias que venden bailando un requetón.

El primero que supo entender la filosofía de las rebajas fue el rabí hispano Dom Sem Tob allá por la baja Edad Media cuando dijo, en traducción libre: "Si no existe lo que yo quiero, querré lo que ya existe". O sea, que Mabel entra en Zara buscando una falda larga que no halla, pero descubre otras oportunidades, se conforma y las compra.

Lo esencial para ser feliz de rebajas es dejarse llevar, tener la mano larga, la tarjeta dispuesta y el sentido de la culpa y el arrepentimiento aletargados: ya habrá tiempo para lamentar las compras inútiles, ahora toca disfrutar y Mabel se entrega al frenesí de la emopatía.

ERAN TAN MONOS Y COMODOS Esto de la emopatía es la manera moderna de referirse a la adicción al consumo. La padece un 33% de los europeos. De ellos, cerca del 10% precisa de asistencia psicológica para curarse. Pero Mabel no se anda con zarandajas ni psicopatologías. Ella compra 18 tangas y lo explica: "Es que estaban de superoferta, es que eran muy monos, es que son tan cómodos, es que son tan divertidos..." Esa es la palabra clave: diversión.

Las rebajas se presentan no como una oportunidad para ahorrar y completar el vestuario con poco dinero, sino como una forma más de ocio: tras las ferias de mayo y junio en Cáceres, Badajoz y Plasencia, llegan las rebajas y ya tenemos otro pretexto para echarnos a la calle, para pasear, comprar, reunirnos a tomar cafés, enseñarnos polos, camisas, calcetines de colores, tejanos bajos y sujetadores de fantasía.

Luego está el rollito del ego y las frustraciones: si no compras, quién eres; si no consumes, para qué trabajas; si no encuentras oportunidades, quizás es que no seas tan lista. Y claro, Mabel se infla, se pavonea, se siente segura, rebosa autoestima... Es la reina de las rebajas y se codea con miles de reinas y reyes que alborotan montones, entran y salen de probadores, hacen cola ante las cajas, se sueñan guapísimos, estilosas, descollantes, excelentes...

Después está la cuestión social. Antes, cuando lo de las rebajas era cosa de los señoritos, e incluso cuando ni tan siquiera había rebajas, la sociedad se dividía entre quienes iban de tiendas y quienes iban a la tienda, quienes salían de compras y quienes salían a la compra. Ir a la tienda e ir a la compra suponía un esfuerzo, un trabajo y, desde luego, un trance en el que lo fundamental era mirar la peseta y comprar lo justo para sobrevivir.

Pero hoy ya no es así. Mabel y todas las mabeles de Europa occidental se van de tiendas y de compras. Viven en una unión europea de señoritos que hacen del consumo una fiesta, un deambular, una práctica peripatética y mesocrática donde comprar es ir de escaparate en escaparate, de comercio en comercio charlando, comentando, explicando cada compra y presumiendo de cada hallazgo. Mabel se va de tiendas, es decir, no compra para sobrevivir ni mira la peseta, compra para ser feliz y lo hace compulsivamente, sin calcular ni reflexionar.

Y entra en una cascada de necesidades encadenadas. Estas sandalias Clarks, tan inglesas, tan cómodas, tan rebajadas, tan encarnadas exigen unos piratas ciruela que desechó hace media hora en Mango, que a su vez precisan, indefectiblemente, el complemento de aquel top color guinda que descubrió en Cortefiel... Top que no destacará bastante si no es en compañía de la gargantilla de oferta en almagre y rojo málaga que tuvo en sus manos en Bijou Brigitte.

Así que vuelta a empezar y a recorrer cual posesa las tiendas ya visitadas con el ansia punzante de si ya se habrán llevado el top guinda, el pirata ciruela, la gargantilla almagre... Menos mal que con los 18 tangas no hay problema: Mabel rebusca en la bolsa y encuentra uno mandarina y otro papaya que hacen juego con las sandalias y justifican la tarde, el agobio y un cachito de su vida.