Tumbado estaba mirando la noche oscura de Mirandilla cuando al lado de la luna ví brillar un astro; al estar casi en familia pensé que no faltaría quien me socorriera ante mi ignorancia astronómica y pregunté: «¿Qué estrella es esa que luce junto al astro celeste?» Por toda respuesta Carlos, quan saps de coses, me soltó: «No es una estrella, es un planeta, ignorante», dejándome entre suspenso, confuso y admirado de su sin par sabiduría (y paciencia para conmigo).

Ni siquiera pude objetarle que los dos chivas (por lo menos, gracias Jorge) que llevaba me tenían muy en mi punto y me impedían distinguir entre roca, astro, cometa o fenómeno celestial, por lo que calléme y quedéme mustío intentando averiguar ese afán que tiene mi cuate por educarme en las cosas de la vida en las que, insisto, tanto sabe. Toméme otro whisky para ver el cielo con un cierto alejamiento, a fín de cuentas me había tumbado (yo) para ver constelaciones, pues esa es la postura ideal para ver el cielo de noche (Lorenzo, dixit).

Bueno, el tumbao y la tranquilidad (de ahí el whisky) que ayudan en su sosiego a ver las Perseidas o lágrimas de San Lorenzo (este es otro), esa lluvia de estrellas que todos los veranos aparecen por estas fechas y que nunca logro ver por más que lo intento. Quan-saps-de-coses me dijo que las perseidas no son estrellas fugaces ni astros a años luz de nosotros (como yo de él) sino cachitos, cachitos de roca de cometita (esta clasificación es mía) que van como futbolista en coche de lujo (o sea, a gran velocidad) y se desintegran al entrar en la tierra. Vienen a ser como una nube de escombros galácticos liados a constelaciones que, dicho así, pierden bastante encanto y quizá consiga que el año que viene no me tumbe, pues la verdad, a mí las Líridas, las Gemínidas, Orionídas, Leonídas y tal y tal me pillan bastante lejos y el ingrediente de la paciencia para ver esa lluvia de estrellas, que nunca caen, se agota noche tras noche de agosto.

Total, que la constelación de Perseo y sus lágrimas de San Lorenzo vienen o devienen en rastro de luz y, para eso, tenemos relámpagos, truenos, cohetes, mascletás y explosiones de bengalas por el fondo norte tras un gol, sin necesidad de esperar 133 años para verlo de cerca. Dice el que sabe que cuanto más oscuro está el cielo más brillan las estrellas pero, para eso, no se necesita estar tumbado... Ni para llorar esa noche tampoco, solo que Luisma te empiece a leer una crónica...