TOtrgulloso de haber vivido una infancia entre tartas, cremas pasteleras, suizos y bambas por el oficio de mi padre, la vida me ha deparado luego la suerte de aprender y disfrutar mucho de la gastronomía, también por mis vínculos familiares. Y no deja de sorprenderme el valor que los productos extremeños, servidos en la mesa, tienen cada vez que puedo compartirlos con amigos. Saboreando unas migas con Silvia Comes , la cantautora catalana que abrió el Womad, advertí que el sabor a pimentón era nuevo para ella o que la Torta del Casar, cortada en pequeñas cuñas, se había convertido en un lujo al alcance de los sentidos. Tanto, que me resultaba casi un halago personal escucharla hablar de uno de los productos estrella de nuestra gastronomía. Seguro que alguno de ustedes habrá vivido una situación similar en compañía de quienes descubren que Extremadura, además de un paraíso al alcance de todos, ofrece mil posibilidades si también hablamos de comer. La anécdota con mi invitada llegó cuando contó que había preguntado por una tienda de productos ecológicos durante un paseo por la ciudad. Alguien que estaba en la mesa dijo, señalando un magnífico jamón cortado casi a la perfección, que ese también lo era. No sé si la valoración fue excesiva o acertada pero el plato, pasados pocos minutos, quedó vacío, igual que los de queso y las criadillas de tierra que, salteadas con jamón, vinieron después. Estoy seguro de que ella, igual que otros muchos, será la mejor campaña de promoción boca a boca de lo mucho, y bueno, que ofrece nuestra tierra cuando de productos de primer nivel se trata.