TOtnce horas en un avión y varias películas más tarde, lo primero que un fumador quiere hacer cuando se baja a la calle es encenderse un pitillo y disfrutar de la primera bocanada de humo que entra en sus pulmones. Y eso es lo que me sucedió en mi viaje a Cuba, ocho años atrás: nada más aterrizar en la isla con mis compañeros de universidad me dispuse a buscar un lugar en el que saciar las ganas de llevarme el cigarrillo a la boca. Por suerte, y aunque los carteles anunciaban que estaba prohibido fumar dentro del aeropuerto, encontré a un policía --con su puro habano en la boca-- que me invitó a hacer lo que estimase oportuno. El turismo era la única entrada de divisas constante que tenía la economía cubana por entonces.

Ayer, después de décadas de desencuentros, bloqueo internacional, incidentes diplomáticos, horas de trabajo de inteligencia y contrainteligencia, y de haber dividido a los países del continente en dos bloques diferenciados, un presidente de Estados Unidos visitaba Cuba. Un hito motivado por el establecimiento de relaciones entre ambos países hace ya quince meses, y que no deja indiferente a nadie: los cubanos de la isla lo viven como el fin de una situación que les ha tenido aislados durante años, los ciudadanos americanos con más o menos reticencias según su afiliación política, en un momento donde el discurso republicano se ha radicalizado más que nunca, y con el desacuerdo absoluto de la oposición cubana en Miami.

Hoy muchas cosas han cambiado: después de viajes de once horas ya no pienso en dónde poder fumar, Cuba está en manos de los Castro , pero Fidel no es más que el símbolo de lo que su país fue, y un presidente de Estados Unidos ha visitado de nuevo la isla --algo que no sucedía desde la década de los veinte, cuando Cuba todavía era el burdel donde los americanos se gastaban sus dólares--. Algunas todavía tienen que hacerlo: pensar que el bloqueo afecta solo a los dirigentes políticos y no a los ciudadanos, el odio que se tienen los que un día fueron hermanos, o la represión hacía quienes piensan diferente y se atreven a decirlo en alto. Tiempo al tiempo.