Licenciada en Derecho

El próximo lunes se conmemora el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, un hecho que está marcando la sociedad actual. Una sociedad a la que le queda un largo trecho para acabar con una conducta que, en demasiados casos, hemos de calificar de comportamiento criminal. Hemos de reprobar la violencia física, y no olvidemos tampoco la agresión psicológica, aquélla que deteriora tanto la dignidad de la mujer que la perpetúa en el más absoluto de los silencios. Durante años hemos oído --de pequeños-- comentarios de nuestros padres acerca de aquel vecino "que se le va la mano". Y agazapados en la diplomática vecindad, nos hemos convertido en cómplices de verdaderas vulneraciones de derechos, con graves vejaciones, en la mayoría de los casos teniendo como sujetos pasivos a las mujeres.

Las cifras de agresiones y asesinatos causan dolor, especialmente cuando, supuestamente, nos encontramos inmersos en una sociedad en la que la protección de los derechos fundamentales es nuestra mayor conquista. Aunque quizá, como individuos, aún nos falte mostrar mayor intolerancia hacia los que se han erigido en torturadores de mujeres. Quizá hagan falta mayores comportamientos individualizados frente a la violencia de género y dejemos de ser permisivos cuando la paliza se produce en la alcoba, la habitación o la cocina; y no en medio de la calle. Ser cómplices de la tortura porque pertenece a la intimidad del hogar, es como mirar hacia el otro lado cuando oyes el grito atronador de la víctima frente a la violencia implacable del verdugo.

Quizá nuestro mayor reto sea el modificar conductas, el reprochar la agresión en todas sus formas, sin que pueda existir atisbo de justificación alguna.