Aun a riesgo de apostar por la frustración, cabría una cierta esperanza, si el nuevo gobierno y la renovada oposición caen en la cuenta de que unos cuantos millones de españoles dependen de sus decisiones en un futuro cuyas pinceladas económicas sombrías ya han sido trazadas desde revistas y periódicos de Europa y de Estados Unidos que, desde hace meses, nos anuncian que ya no pintan copas, sino bastos.

A pesar del aumento del paro, del susto que nos proporcionará alguna caja de ahorros, del aumento de la inseguridad ciudadana, y de la lentísima recuperación del sector de la construcción, tras la suspensión de pagos de alguna de las grandes inmobiliarias, a pesar de todo ello, cabría cierta esperanza si los gobernantes recuerdan que no vamos a ser más prósperos removiendo tumbas, poniéndoles chapas a los guardias civiles, o alentando kosovarizaciones envenenadas, es decir, vamos a dejar la chapa y pintura para cuando arreglemos el motor, porque la preocupación por la carrocería no está de más, pero es ridícula cuando el coche no anda.

Tengo una cierta esperanza de que la cuota femenina vaya acompañada, si no de la excelencia, al menos del mérito, y de que las cuotas parroquiales y autonómicas estén inspiradas por la eficacia de los futuros mecánicos. El PSOE ha ganado las elecciones y el PP las ha perdido. Por trescientos o cuatrocientos mil votos, pero las ha perdido, y, al cabo de un año, nadie se acuerda del finalista de la Copa, ni del subcampeón de Liga. Habrá mucha gente que no le guste el PSOE y habrá muchos del PSOE a los que no le gusten los votantes del PP, pero con estos bueyes hay que arar, y todo vivimos en el mismo patio.

Zapatero tiene ahora la oportunidad de demostrar que puede dirigir un país en crisis. Y, en las crisis, es mejor recabar colaboraciones que imponer criterios. Porque la imposición de la mitad sobre la casi otra mitad mata la esperanza y aumenta las frustraciones.