Un rectángulo de papel --el sobre--, y, dentro, unas letras lanzadas al viento, volando al destinatario. Era la carta. La escribía, con variantes, el tendero, el profesor, el gañán, el cura, el maestro y el boticario. Fue cordón umbilical entre la madre y el hijo, cumpliendo el servicio militar, o emigrante en Alemania.

Fue requiebro de amor del estudiante a su novia, confesado desde la capital donde estudiaba una carrera. Y carta de recomendación, o sirviendo de celestina, en amores ocultos, quizás "barroquizados" de celos, como diría Francisco Umbral , ante la querencia de otros jóvenes de más alto estatus social. Cartas que alimentaron ilusiones, anunciaron alegrías y dieron parabienes, o limaban asperezas y restablecían amistades, tras roces y desencuentros; o cartas de pésame, que servían de paño de lágrimas ante el dolor de seres queridos. Solían ser sencillas, salvo algunas de elegante prosa, aunque todas recibidas con impaciencia, por su contenido humano, expectativas creadas o solución de un deseo. Pero su época de oro ya pasó, quedando sólo las cartas de Navidad, Año Nuevo y Reyes Magos, que revientan de alegría infantil en todo el Mundo. Aunque sin faltar las de Iberdrola, Telefónica, seguro del coche, bancos y comunidad de vecinos, o con la dramática despedida laboral.

La carta tendría su comienzo en Persia, se agiliza en Grecia y en Roma se expande, mientras Alfonso X El Sabio hizo que las "Partidas" definieran los "mandaderos" y cobraran mayor rapidez en el Renacimiento; aunque se organiza su administración en el XVIII, y es España pionera en correo marítimo. Posteriormente, sería abrumador el envío de cartas, que eran también inestimables documentos de investigación histórica y fieles reflejos del momento social vivido.

Mas, ¿a dónde fueron? Se fueron en silencio, con sus alas cortadas por el teléfono y por la irrupción de las redes sociales que, tras desbancar a los sms, han impuesto su arrogante dictadura, especialmente por la vía del whatsapp que acaba de marcar un record en esta Nochevieja, procesando una cantidad astronómica de mensajes. Pero, a pesar de dicho vértigo comunicador, jamás olvidaremos algunas viejas cartas recordadas con nostalgia.