El muguet o lirio de los valles se planta en diciembre --entre tinieblas-- y florece en mayo. Los tubérculos de las dahlias, de origen americano, en marzo y florecerán tres meses después. Los bulbillos de las anémonas, en noviembre, y están luciéndose en abril. Y así sucesivamente. Detrás de nieblas y tinieblas, de la grisura y los paraguas, y los zapatos rotos, de las tardes llovidas por nubes lloronas que reverdecen los colores más verdes de cualquier verdor, de la lana de las mantas y los abrazos fríos de los viajes cortos y los deseos largos, de las persianas hacia bajo y de las carreteras vacías, a solas con sus charcos sin tocar, de los labios apretados y de las semanas sin sol, van a estar el kalanchoe y los cantuesos, la petunia y el amaranto, la begonia y la campánula. Sí, todo estos son palabras. Jaroslav Seifert, Nóbel de Literatura 1984, escribió: "Inflámate, llama de las palabras y arde, aunque acaso me quemes los dedos". Cada pétalo de cada flor, tejerá la tela de suertes y sombras.