Lo decía Aristóteles , y Hegel acabó dándole la razón: una comunidad formada por un numeroso grupo de hombres sólo puede ser gobernada por unos pocos. La aristocracia es eso: ´gobierno de unos pocos´. Mientras la democracia es ´gobierno de muchos´ y la monarquía ´gobierno de uno´, en la aristocracia es un reducido grupo de individuos el que decide y gestiona los asuntos de la ´polis´ o comunidad.

Pero la aristocracia, dice Aristóteles, debe apoyarse en pilares democráticos. El pueblo tiene que elegirla. Todos deben decidir, mediante su voto individual, quiénes les representarán. Y al mismo tiempo, completaba el maestro griego, el ´gobierno de los pocos´ ha de ser coordinado por una figura -he aquí la ´monarquía´- que, también elegida por el pueblo, impida las luchas internas en el seno del grupo aristocrático. Si ´los pocos´ dedicados a gobernar se pelean, anulándose entre sí al chocar sus respectivos egoísmos, el ejecutivo se convertiría en una nave a la deriva, un marasmo sin dirección, una hidra de mil cabezas.

XEN RESUMENx, decían los clásicos que al buen gobierno se llega por el equilibrio dinámico y fluido de aristocracia, monarquía y democracia. Pero si una de éstas primara sobre las demás, aplastándolas, llegaríamos a la crisis de la polis y su fracaso irreversible. Y es que si el gobierno de los pocos no tiene en cuenta al pueblo ni se halla coordinado por una figura de autoridad que impida luchas intestinas, la aristocracia se convierte en pura oligarquía. Por su parte, cuando alguien dentro de la aristocracia quiere convertirse en caudillo de sus compañeros y del pueblo mismo -cambiando así autoridad por autoritarismo- para satisfacer su particular sed de poder, la monarquía acaba convertida en cruel tiranía. Y por último, si la masa azuzada por uno o unos pocos se transforma en vendaval imparable que aplasta opiniones diversas en aras de la uniforme verdad absoluta castrada de matices, la democracia acaba convertida en triste demagogia.

Sólo una aristocracia alimentada democráticamente y coordinada con responsabilidad puede hacer frente al duro desafío que supone gestionar la realidad de un amplísimo número de personas. Esa aristocracia --ese gobierno de unos pocos que nos representan-- es en el pensamiento liberal nuestro Parlamento, esencia de los Estados surgidos al calor de una Revolución francesa que inspira el ADN ideológico de nuestras actuales estructuras políticas.

La aristocracia es también ´el gobierno de los mejores´ según Hegel, pero los mejores no siempre son los más brillantes universitarios, ni los más ricos, ni los hijos de los más ricos, ni siquiera los más avispados en el tejemaneje de maletines inconfesables. Los mejores, para Hegel, son aquellos que más eficaz y honradamente sirven a la comunidad, gestionan los asuntos de todos. La aristocracia es sana si se inspira en dos pilares: uno, debe representar fielmente las opiniones del pueblo (de ahí su naturaleza democrática); dos, debe responder a sus anhelos, peticiones y cuitas. La aristocracia es un canto a la excelencia, pero no se trata de una excelencia económica o intelectual, sino pragmática y generosa, siempre basada en el servicio sincero, denodado y fiel a la comunidad. Aristocracia es, pues, excelencia en el servicio al pueblo.

En esta época de crisis económica donde la política es espectáculo, el gobierno un nido de ´chiquilicuatres´ y la oposición una manada sin macho alfa. En esta España de ´federicos´ o ´guayómines´, de radicales a diestra y siniestra, donde no importan las mentiras porque no interesan las verdades. En este país de países, nación de naciones, presunta federación confederada de caciquismos variopintos que tienen al nacionalismo por coartada y al idioma por tocomocho. En esta tómbola solemne, boba y alicorta, que reza junto a Obama sin creer siquiera en sí misma. En esta filfa que ha salido a pasear cuatro millones de parados por Europa jamás tendremos -al estilo aristotélico y hegeliano- una solvente aristocracia, una sana monarquía, una verdadera democracia. Enfangados en nuestros propios errores, seguimos bailando al son de una patética oligarquía demagógica que, tiránicamente, urde espantajos publicitarios mientras las cuentas y los bolsillos del currante se hunden sin remedio.

Pero como sólo funcionamos con eslóganes, flashes y destellos. Como una ocurrencia vale más que un argumento, seguiremos obnubilados con las cabriolas de Messi y el taconazo de Guti mientras la implacable crisis -de naturaleza moral, intelectual y cívica, antes que política y económica- nos sigue clavando goles por la escuadra de la Historia. Así ha jugado siempre España: de victoria en victoria hasta la derrota final.

*Profesor de H Contemporánea de la Uex