Ha muerto José Luis Cuerda, el padre de Los girasoles ciegos, Amanece que no es poco (a la que dediqué ya una columna), La lengua de las mariposas y El bosque animado, entre otras. Había nacido en Albacete, y era un hombre serio, dotado de un humor y una mirada que no hubieran sido posibles de haber nacido en otro sitio. Al menos eso decía él, quizá con sorna.

Amanece que no es poco, por ejemplo, convirtió un guion enloquecido en una película de culto que sigue cosechando elogios treinta años después. Sus frases han pasado al imaginario colectivo y sus situaciones, que nos parecían absurdas, se han vuelto cotidianas, en una película en la que la ficción debe mucho a la realidad. Habla de un lugar en el que los hombres crecen en los bancales, se hacen votaciones para tonto del pueblo y en las clases las lecciones se cantan y se bailan al ritmo del corazón. También hay invasores que pegan al maestro, después de un examen memorable sobre las ingles.

Esta figura del maestro se vuelve enorme en La lengua de las mariposas, con un Fernán Gómez que trata de educar en libertad a los niños de un pueblo acostumbrados a una escuela donde lo normal era el castigo. La escena final, la cara del niño, y el discurso del señor maestro deberían verse como vacuna frente a algunas situaciones actuales que parecen rozar el humor absurdo mucho más que el hombre que plagiaba a Faulkner.

Tierna y dura a la vez es El bosque animado, una fábula mágica sobre la Galicia rural y sus creencias, sobre la Santa Compaña y las ánimas, las meigas, los curas orondos y los bandidos que no quieren ser bandidos, pero no tienen otro remedio.

Todas sus películas, hasta Los girasoles ciegos, la más dura, comparten una mirada dulce y paternal sobre un mundo que el director parece no comprender del todo. Lo enseña como si lo viera por primera vez, con los ojos de un niño, pero también con la crítica amarga de quien ha dejado atrás la infancia sin desprenderse del todo de la capacidad de sorpresa. El bandido Fendetestas, el alcalde, el suicida sin éxito, el agricultor que se confiesa con una calabaza, el pocero,... forman parte no solo de la historia del cine español sino de un patrimonio sentimental que debemos a un director capaz de hacernos ver el mundo a su manera. No contaba historias, las mostraba.

Podría haber sido una leyenda o una epopeya si se juntaran varios, como dijo en Amanece que no es poco, pero eligió hablarnos de Góngora, Dostoievski y Faulkner, y de los perdedores de una España subruralista, que no surrealista, que se va pareciendo cada vez más a sus películas.

*Profesora y escritora.