La vida, que es evolución, revolución e involución, hace cambiar a la sociedad, que progresa o retrocede. El político galo Clemenceau diría que sólo el hombre absurdo no cambia, a pesar de tantas mutaciones que hacen pensar que la persona inmutable puede aburrirse de sí misma. Ya, desde el Paraíso, Adán, con fina ironía, le dijo a Eva: "Querida, vivimos en una época de transición". La que, en el futuro, tendría una vasta panoplia de variantes: tecnológicas, científicas, artísticas, políticas, económicas, etc. Luego vendría la adaptación a los nuevos escenarios. Frenar el cambio, pues, será algo antinatura.

Vieja tesis que defendió Heráclito , al ver siempre presente el cambio, y lo cuestionó Parménides . En general, agrada todo cambio: "En el cambio está el gusto", decimos, porque la reiterativa rutina, anclada en lo "dèja vu", nos aburre. Hasta la moda cambia y se respeta. Por eso sentimos tanto desdén ante la morosa quietud, escasa de progreso. Y, por eso, debiera ser muy factible, aunque cambiar porque sí nos puede abocar a una indeseable realidad. Pero el cambio siempre ha sido el que hizo girar los portones de la Historia, troceada en edades, eras y épocas, con sus crisis y resplandores, y, cómo no, con bruscos retrocesos. Y así, al evolucionar la sociedad, está lista para innovaciones que la enriquecen, mientras los pueblos anclados en raíces medievales, como el Estado Islámico, están atrapados en un pozo oscuro y estéril.

Paradigma de transición y cambio fue España, en los años 70, donde tuvo lugar, con "celeridad y brusquedad", según Raymond Carr "el salto a la modernidad, después de cuatro décadas de conservadurismo católico y tradicional", que nos dieron los años más fecundos de los últimos tiempos. El mundo se deslumbró ante el encaje de bolillos que los políticos realizaron desde el consenso y la renuncia de algunos de sus principios, en aras del bien común, sustanciado luego en la Constitución de 1978. Pero, hoy, cierta miopía sectaria la subestima, contestando sus valores alzados en tiempos de gran patriotismo.

Irrumpen signos de cambio, mas hay el riesgo de que no todo se ajuste a lo que necesita el país, tras los juramentos asilvestrados en el Congreso, el mercadeo de escaños y el empuje arrollador de grupos emergentes. Aunque todo será asumible, sin la voladura de "la unidad y soberanía nacionales, la vigencia de la Constitución en todo el país, la igualdad de los españoles y la permanencia del Estado de Derecho".