Fidel está pachucho. Y recuerdo Cuba. Y en la televisión ya vemos las multitudes bandera en mano; en La Habana rezando a la virgen del Cobre que no muera el comandante; en Miami pidiendo a gritos su defunción, matándolo antes de muerto. Todos bandera en mano, ya digo, que a los latinoamericanos, a los hispanos, lo de la banderita les gusta, nos gusta mucho. Pero no voy a hablar de política ni del régimen cubano, ni si es una dictadura o es una revolución, ni si es mejor o peor lo que pasa allí que lo ocurre en Colombia o en Guatemala, ni si los desaparecidos y asesinados por paramilitares y guerrilla en Centroamérica merecen más o menos denuncia que los encarcelados disidentes cubanos, ni de por qué a los cubanos se les pide cosas que a nadie más se pide, ni de por qué son ellos precisamente los que nos tienen que dar unas lecciones que a nadie más se exige, ni del binomio igualdad y libertad, ni si en algún lado van de la mano, ni de dictadura y democracia, ni de comunismo y capitalismo- Porque ya se sabe, aquí en cuanto una abre la boca ya le está haciendo el juego a alguien, y no es plan.

Así que apago la tele y las banderitas y me pongo a visionar, ¡qué mejor ocasión!, Fresa y chocolate , una deliciosa película de Gutiérrez Alea y uno de mis filmes predilectos. Una bella metáfora de la realidad cubana, Dieguito , gay y artista y discrepante, y David , virgo y revolucionario, se conocen, se hacen cómplices, se ayudan y se transforman. Y al final se funden en un abrazo que es uno de los mejores finales de la historia del cine. Dieguito hace a David menos dogmático, más tolerante y más reflexivo. David hace a Dieguito menos racista y menos elitista. Y los dos buscando cómo mejorar el país desde dentro, sin que los de fuera decidan qué, cómo y cuándo.

XPERO PARECEx que en la realidad de estos días sólo caben banderas y gritos y cláxones. Maldita realidad tan poco pródiga en abrazos. Fidel está pachucho. Y recuerdo Cuba. Y me acuerdo de sus gentes, de sus calles, del calor mojado en sudor y alcohol. Y me viene a la mente Pedrito , con quien coincidí en la isla. Trabajaba de albañil, en la construcción y en lo que surgiera, y los veranos que podía marchaba a Cuba de voluntario, hasta hace unos meses, en que un cáncer lo reventó por dentro y no dejó que volviera más a su segunda casa (pero su patria primera, como solía decir).

Recuerdo a Pedrito en Caimito cortando caña de azúcar y pintando colegios por el día, y tomando y bailando por la noche; recuerdo las tertulias de sobremesa, cigarro en una mano y cerveza en otra; recuerdo los paseos por La Habana, las siestas en los sillones del Meliá y sus ojos bañados en lágrimas de emoción el 26 de julio, bandera tricolor en una mano y la cubana en otra; y recuerdo las juergas en Pinar del Río. Sagrado Pedrito, que vio y vivió lo que otros no éramos capaces y no supo ver ni vivir lo que para otros era evidente.

Pedrito, al que quisimos mucho, era una gran persona y una persona de principios. La utopía y los principios, ya lo dijo Benedetti , sirven para caminar. Pero los dogmas, ésos, a veces nos ciegan. Y Pedrito a ratos también era dogmático. Supo ver los logros del sistema cubano, que los tiene. Pero fue ciego ante sus defectos. Suele ocurrir; les pasa a los ortodoxos de cualquier bando.

Fidel está pachucho. Pero la vida sigue, también en Cuba.

*Periodista