XLxa mayoría de los españoles, a día de hoy, siguen declarándose católicos. Son muchos los millones de personas que, cada domingo, llenan las parroquias. La reciente experiencia de la última visita del Papa el año pasado demuestra que, pese a interesadas campañas de descrédito, la Iglesia sigue muy viva en España.

Y esta Iglesia requiere recursos materiales para mantenerse. Pasó a la historia la vieja creencia de que la Iglesia era inmensamente rica y mantenida por el Estado. No, señores, no. La Iglesia paga, como todos, el recibo de la luz, la calefacción, la retribución de los sacerdotes..., y necesita dinero para el desempeño de su labor pastoral y caritativa. Vivimos en una sociedad que nos empuja al consumismo. Todo tiene un precio y no nos parece mal pagar por el ocio, la academia del niño, la camisa de marca, los patines de moda, el DVD y un montón de cosas superfluas más. En cambio, si se trata de contribuir con la Iglesia, la cosa a veces cambia, y, a la hora de echar en el cestillo, se coge el monedero y se tira de la monedita pequeña. Da la sensación de que algunos piensan que la Iglesia se sostiene del aire, o que recibe cientos de millones de euros de instituciones públicas en concepto de subvenciones. Algunos medios no paran de intoxicar a la opinión pública en esta dirección, y computan como subvención aquello que es simplemente el pago de servicios concretos realizados a la sociedad.

La realidad es bien distinta y conviene que se sepa. El único sistema de colaboración estatal en el sostenimiento de la Iglesia que existe en España es el que se instrumenta a través de la Asignación Tributaria; un sistema que permite al contribuyente decidir qué se va a hacer con una pequeña parte de los impuestos que ya ha pagado o que va a pagar. La asignación a la Iglesia en España no es un privilegio, sino que nace de un tratado internacional y es fruto de un lógico sistema de colaboración entre instituciones. Algunos acusan a la Iglesia de falta de transparencia en sus cuentas, pero esto también es un mito. El dinero procedente de la asignación tributaria lo recibe mensualmente la Conferencia Episcopal, que lo distribuye al conjunto de las diócesis españolas. Cada año se presenta el reparto en rueda de prensa y se remite una completa memoria de la distribución al organismo público competente. ¿Es esto falta de transparencia? El dinero de la asignación tributaria es muy importante para la Iglesia, pero no es su única fuente de financiación. Sólo un dato: los 11 millones de euros que se reciben por este concepto cada mes, divididos por el número total de sacerdotes que hay en nuestro país (unos 20.000), y teniendo en cuenta el número de parroquias, (unas 23.000), apenas permitirían, entregar una retribución a cada sacerdote de menos de 400 euros y una ayuda simbólica para el mantenimiento de nuestras parroquias. ¿Se trata, por tanto, de una colaboración exagerada? No me lo parece. Todo ello, sin contar con el resto de la actividad de la Iglesia, que tiene que ser financiada con otras fuentes.

Hay algunos que dicen que la Iglesia debería ser financiada por sus seguidores. Estos olvidan, que la Iglesia despliega también una importantísima labor social en nuestro país. Nos acompaña en los momentos más importantes de nuestra vida: al nacer, con el bautismo; en el momento del matrimonio, con su bendición; en los últimos instantes de nuestra vida. En un mundo donde todo tiene precio, la Iglesia propone un conjunto de valores que enriquecen al hombre y a la sociedad en su conjunto, educa a los niños y a los jóvenes y está siempre dispuesta a atender y ofrecer una palabra de vida, especialmente a los más desfavorecidos. Está presente en los sitios donde nadie quiere estar.

*Secretario Técnico de la Gerencia de la Conferencia Episcopal Española