Hace unos días tuve que pagar unas tasas en una caja de ahorros de barrio. Una larga cola se extendía desde las ventanillas hasta la puerta del establecimiento. Algunos clientes mostraban su descontento porque sólo había dos cajas abiertas, especulaban maliciosamente sobre la inoportuna ausencia de varios empleados. Otros culpaban a los directivos de la entidad por la falta de personal. Lo cierto es que todos esperábamos a que nos atendieran con la paciencia del santo Job y la inquietud del impaciente, porque la prisa nos comía.

Sólo tres mujeres ancianas, que conversaban amigablemente haciendo un corrillo en la cola, permanecían indiferentes a la lentitud con que la fila se movía. Se diría que a ninguna de las tres le apetecía que llegara su turno, ya que supondría el final de la charla, centrada en el inestable estado de salud de cada una, y los medicamentos que tomaban para paliar sus achaques. Entre las tres se habían adueñado de una generosa selección de dolencias y un cuantioso suministro de pastillas.

Una estaba atacada por el azúcar; otra por la artrosis y la hipertensión; y la tercera, que llevaba un bastón, tenía problemas de circulación en las piernas y le costaba andar. Hablaban con desparpajo, cada una exponiendo detalladamente con cierto deleite su dolencia y el tratamiento para mitigarla. A una le habían cambiado el tratamiento hacía quince días, y dónde va a parar, ya no se encontraba tan estreñida. Otra echaba mucho de menos la sal.

Ni una pizca de sal, le había dicho el médico, y desde entonces comía sin ganas. A la tercera le habían recetado un medicamento que impedía que se le formasen coágulos en la sangre. Lo malo era que tenía que ir todos los meses al centro de salud a sacarse la sangre en un dedo. Cuando a la primera de ellas le llegó el momento de ser atendida, lo lamentó diciendo que se le había pasado el tiempo volando.

Pagué mis tasas y me dirigí a la puerta de salida recordando a las ancianas y observando las caras de impaciencia de la cola. Y me dije: No sé si faltan cajas o sobran prisas.