Un buen amigo, que no es príncipe sino dentista, me aconseja que no escriba acerca de Max Estrella como si fuera por todos conocido: --¡Nadie sabe quién es Max Estrella! Con dolor de corazón me rindo a la evidencia. Debo replantearme mis esquemas mentales si quiero llegar al gran público. Asumo mi deformación profesional y me pregunto: ¿Escribo con el lastre pedante de mi amada literatura, arrostrando el peligro de la aridez o transito el sendero de la motivación a ultranza, acercándome a la realidad social? Por fin hallo una vía intermedia ¿Por qué no aprovechar la pequeña pantalla? En lugar de un olvidado personaje literario me serviré de un héroe más célebre y actual que Letizia : Viriato. Ahí no puedo equivocarme. Por cargarme de razón pregunto a los alumnos. La primera en la frente. Una buena estudiante de los cursos superiores inquiere escéptica: --Pero lo de la serie esa ¿es verdad? Dudo insegura: --Es una adaptación, con pocos asesores, escaso presupuesto, actores mediocres y bellísimos paisajes. Está basada en hechos históricos y no es una serie cómica, ni una gamberrada de Muchachada Nui. Renuncio a comentar la gesta épica del pastor lusitano tras comprobar amargamente que sigo fuera de la realidad. Me devano mis maltratados sesos buscando motivos para mis artículos y mis clases- ¡Eureka!: ¿Por qué referirme al transgresor de Max o al saltaparedes de Viriato si puedo ejercer mi labor de animadora cultural hablando de Belén Esteban ? Quizá eso y no otra cosa es lo que pretendían los organizadores de la denostada e incomprendida muestra de arte cacereña que toma a la televisiva de San Blas como icono. ¿Es eso cultura? Para mí no, pero es que yo vivo en la luna de Max Estrella y por tanto en un puro esperpento. No lo duden ustedes; en un furioso ránking de frases inmortales no molaría nada la enérgica "Roma no paga a traidores" ni la desolada "España es una deformación grotesca de la civilización europea". Arrasaría, por su ternura, belleza y profundidad: "Andreíta cómete el pollo, coño".