Me cuesta mucho entender a quienes desafían el estado de alarma para pasear por unas calles que ya no son nuestras calles, por unas ciudades desoladas por el manto del silencio y por entre unas soledades separadas abruptamente por dos metros de distancia. Estar en casa no solo se ha convertido en un acto de responsabilidad y solidaridad, sino también en la única forma de evitar la angustia de ver un mundo que ya no reconocemos.

En casa es el único lugar donde las llamadas y los mensajes de los nuestros pueden crear la mínima calidez necesaria para soportar la cifra de muertes, que causa en nuestros oídos una herida diaria: 812 ayer, 838 anteayer, 832 hace tres días... Las autoridades han preferido que las pensemos como puntos de una curva imaginaria antes que como ataúdes en fila, según estábamos acostumbrados tras una tragedia.

Pero una imagen vale más que mil palabras: el plano general del suelo oscuro de IFEMA con los cientos de camas blancas colocadas simétricamente a lo largo y lo ancho; las frías luces fluorescentes; la misma soledad que en nuestras calles y el mismo silencio que se intuye sin necesidad de ser uno de los operarios que cruzan los pasillos montando el improvisado hospital de campaña.

A las ocho en punto de la tarde el silencio se rompe todos los días con un aplauso que comenzó siendo para el personal sanitario y que ya se ha convertido en un gesto colectivo para exorcizar el miedo, coger fuerzas y sentirse vivo. Un aplauso útil como terapia para quien la necesite, aunque lo importante vendrá cuando no haya nadie en las ventanas a las ocho en punto de la tarde.

Para algunos son los contactos diarios con los nuestros, para otros la cita diaria con los aplausos y para otros la posibilidad de encontrarse con uno mismo: prioridades, errores, planes, reconstrucciones, emociones adaptadas a la personalísima forma de vivir aquello que quizá nunca se imaginó vivir.

Es bueno imaginar. Le prepara a uno para casi todo. ¿Cuándo podremos volver a visitar a nuestros padres y abuelos sin miedo a contagiarles? Es bueno imaginar eso también. Es imposible conocer las preguntas que cada español se estará haciendo en su ascesis particular, y aún más difícil conocer las respuestas. Lo seguro es que ahí, en ese preciso espacio íntimo de las preguntas y respuestas cotidianas, es donde se está desarrollando el proceso más importante e invisible de esta España encerrada.

Hay toda una campaña institucional para frenar la crítica política, para conducirnos a todos hacia una imaginaria unidad de acción con moral de victoria, como si fuéramos un ejército coordinado en guerra contra un enemigo invisible. Es un posible relato. El relato elegido por los encargados de contarnos relatos. Yo, sin embargo, creo que en las crisis de esta magnitud, la clave es la gestión de las emociones. Es posible acallar la crítica, pero es imposible eliminar la emoción que subyace a la crítica.

Es ya primavera pero sentimos un frío impropio de estas fechas. Un frío que es distancia. Un frío que es falta de aire, como si empatizáramos con los enfermos que se debaten entre la vida y la muerte por decenas de miles en las UCI de toda España. Es un frío que no hace pero que sentimos. Qué más da lo de fuera cuando sentimos algo por dentro.

Todas las formas de calidez que cada uno busca en este tiempo no son siempre suficientes para calmar el miedo de la incertidumbre. El miedo provoca repliegue. Y el repliegue hace que pongamos nuestra identidad por encima de todo. Quizá por eso insultamos a los holandeses o a los alemanes que no nos quieren ayudar como esperábamos. Quizá por eso el himno de esta crisis, esta vez, no es de Gloria Gaynor ni de Coldplay, sino del Dúo Dinámico, tan español. La identidad es un refugio pero no cura ni el cuerpo ni el alma.

A mí, se lo confieso, lo que más miedo me da es que cuando todo esto acabe, todo siga igual. Es lo único que no nos deberíamos perdonar como pueblo. Si hay una forma de sentir calor estos días es pensar en cómo revolucionar el país cuando podamos volver a pisar la calle. Por ejemplo, un día cualquiera a las ocho en punto de la tarde.

*Licenciado en Ciencias de la Información.