Pocas dudas había sobre la limitada capacidad de México para oponerse a las reglas fijadas por Estados Unidos para gestionar y contener los flujos migratorios con origen en América Central. El presidente Andrés Manuel López Obrador se ha visto obligado a claudicar, presionado por las amenazas de Donald Trump de imponer aranceles a las exportaciones si no corta el paso a la inmigración y requerido por los empresarios mexicanos que tienen su primera fuente de ingresos en las ventas a Estados Unidos. El operativo para controlar la frontera con Guatemala es solo una primera medida para dificultar el tránsito desde este país, Salvador y Honduras hasta la frontera del río Grande. La pretensión de la Casa Blanca es, en definitiva, que México se comprometa además a censar y devolver a sus lugares de origen a los inmigrantes sin papeles aprehendidos en su suelo. Si la exigencia no se cumple, seguramente activará de nuevo la amenaza de penalizar las exportaciones de forma progresiva, desde un inicial 5% hasta un máximo del 25%.

El pacto fue anunciado casi al mismo tiempo en Twitter por Trump y por el canciller mexicano Marcelo Ebrard, que ha participado en tres días de frenéticas negociaciones en Washington. Poco después, el acuerdo fue detallado en un comunicado conjunto en el que se explicaron sus puntos fundamentales. Uno de ellos es que México se compromete a incrementar «significativamente» sus esfuerzos para reducir la migración irregular, incluyendo el despliegue de la Guardia Nacional en todo el país. Otro elemento clave del acuerdo es la ampliación de un programa estadounidense por el que se devuelve a México a quienes entran en EEUU y solicitan asilo para que esperen allí la resolución de sus casos. Hasta ahora, 10.000 personas han sido enviadas a México bajo ese programa. A partir de ahora pueden ser todos los solicitantes de asilo en Estados Unidos.

Las negociaciones para que los designios de Trump se hagan realidad son, en realidad, una pantalla para que México pase por el aro. Su economía no puede prescindir de su primer cliente y este, en cambio, está en condiciones de causarle un gran perjuicio y aun de obligarle a aumentar sus compras en el sector agroalimentario de Estados Unidos. Una verdadera distorsión del libre comercio y de la economía global a la que Trump ha puesto la proa.