Una de las cuestiones que más exaspera a los contrincantes de Donald Trump es su nulo aprecio a las reglas del juego. Si algo está establecido como costumbre, es fácil que no le preste atención. Incluso, que lo desprecie. Tiene cierta lógica: considera que la clave de su victoria en 2016 no está muy lejos de esta forma de actuar.

Es fácil reírse del personaje. Su ralo pelo anaranjado, las maneras de abusón de patio de colegio y una parsimoniosa y cómica forma de hablar. De su pasado «telebasurero» o sus invectivas desde Twitter. Pero clasificarle exclusiva (y acomodaticiamente) como un bufón, es demasiada ventaja. Cuando en una de sus últimas comparecencias, interrogado sobre el Covid-19, soltó un despreocupado «mucha gente piensa que se va a ir en abril con el calor» era de todo, menos una ligereza. Las formas podrían ser las de un comentario de colega supuestamente enterado, de conversación de ascensor. Pero había algo detrás.

Probablemente, apoyo científico. Es cierto que parece que en aquellos países que cuentan con la combinación de calor y humedad el coronavirus o no llega o, si lo hace, no se expande. Y existen estudios que sugieren esta eventualidad. Pero honestamente no tengo ni remota idea sobre si será cierto, y dios me libre de cualquier (mínima) pretensión explicativa de la epidemia. Aquí hablaremos de las consecuencias. Que son de lo que realmente tenía en mente Mr. Trump en su intento sotto voce de transmitir su confianza (real o no, fundada o no) a los mercados. Porque estaba hablando de economía.

De nuevo, el envoltorio sugiere despreocupación y una suficiencia rayana en el exceso de confianza. Pero Trump no es ningún descerebrado, ni al hablar rebajaba la importancia del tema. Más bien al contrario. Es más que consciente que, incluso controlada la expansión del virus desde un punto de vista sanitario, su impacto en la economía del país ya es visible.

De hecho, tras la extraordinaria medida adoptada por la Reserva Federal bajando medio punto de golpe los tipos de interés para paliar los efectos económicos que causa el virus, Trump clamó por una mayor contundencia. Lo cual, por cierto, suena a error táctico: el mensaje no se ha interpretado como una señal de que la amenaza está controlada, sino precisamente de lo contrario. Si algo muestra es cierto desconcierto e imprevisión ante las consecuencias y tiempos de erradicación o control de los riesgos del coronavirus. Y una pizca de pánico.

No porque el virus muestre trazas de una pandemia con un índice de mortalidad insoportable o por un potencial colapso del sistema hospitalario norteamericano. No, las posibilidades (aunque existieran) son altamente remotas. Lo que preocupa a Mr. Trump es que el virus le descabalgue de la, hasta hace bien poco, prácticamente segura reelección.

Trump sabe que no es simpático a grandes núcleos de población. A su equipo no se le escapa que sus abusos están siendo aún investigados y escrutados, por prensa y demócratas; y esto puede desembocar en un auténtico deterioro de la imagen del presidente. Pero esperan que el impacto se produzca en el segundo mandato. Ni aún la sombra del impeachment (proceso de destitución) pareció alterar a Trump. Porque se asienta en la asombrosa marcha económica del país.

Aquí entra en juego Nouriel Roubini, más conocido como ‘Doctor Doom’ (Dóctor Catástrofe). Roubini fue un extraordinario predictor de la crisis de las subprime y contó, en 2006, con escalofriante claridad cómo y porqué la economía estadounidense se encaminaba al desastre. Y ahora Roubini cree que esta crisis del coronavirus está lejos de ser controlada y que dañará de tal manera a los mercados (habla de un 30-40% de caída) que veremos los resultados reales en la economía de Estados Unidos cuando pase la actual sensación de falta de control. Y para eso, no existen certezas. «Trump está muerto», ha llegado a asegurar.

Por eso, y en clave local, llama poderosamente la atención la carencia de acciones concretas de nuestro gobierno. Una cosa es no provocar innecesaria intranquilidad (la comunicación está cercana a la excelencia y transmite calma) y otra distinta pensar que si la primera economía del mundo va a sufrir, en un sistemas de economías interconectadas, nosotros estaremos libres de pecado. Contra el virus, entiendo, debiéramos prever todo el curso de acción. Y en un país con un sector turístico potente como España, hablamos de palabras mayores.

*Abogado. Experto en finanzas.