Desde hace poco, los estudiantes de Cáceres hacen notar su malestar por la masificación del autobús en la línea Campus y reclaman una tarifa especial para universitarios, algo que existe en casi todas las ciudades españolas con universidad.

Como con lo del tren, en esta región la gente aguanta mucho antes de protestar, pero a ellos también es poco probable que les hagan caso: el autobús urbano en Cáceres tiene un déficit anual de más de tres millones de euros (a los habitantes de esta ciudad nos cuesta el autobús, lo usemos o no, 8.000 euros al día), y la línea Campus es la única que es rentable. Muy rentable, frente a otras líneas que son ruinosas y en las que casi saldría más barato pagar un taxi a quien lo necesite.

Los estudiantes se gastan en el autobús casi 500 euros al año. Pagan justos por pecadores, y sale caro ir a clase; barato, quedarse en casa.

Todo ello para un servicio deplorable, en el que lo habitual a las horas punta es tener que ir de pie, intentando no caerse cuando el autobús coge una rotonda, y siempre calculando unos minutos suplementarios para no perderlo, ya que ésta es también una de las pocas ciudades donde el autobús no tiene un horario exacto, sino que pasa, en el caso de la línea Campus, «cada siete minutos», que pueden ser luego diez o catorce, según el tráfico.

Recuerdo, cuando vivía en Alemania, cómo los estudiantes, junto a la matrícula, de unos 150 euros al semestre, recibían el Semesterticket, con el cual podían viajar por todo su estado federal y parte de los adyacentes.

Un estudiante de Marburgo o Fráncfort podía recorrer gratis en tren desde Gotinga a Heidelberg, unos 300 kilómetros. ¿Se imaginan que los estudiantes de Cáceres pudieran ir en tren gratis a Sevilla o a Madrid? Inimaginable, sin duda.

Esta ciudad, que vive de los estudiantes, no les ofrece casi nada a cambio del dinero que dejan aquí durante años. Hace dos décadas se les desterró a un campus edificado sobre un erial, habiendo hermosos edificios históricos que hubieran podido ser magníficas facultades.

También se les expulsó de la plaza Mayor y sus aledaños con la ley contra el botellón y la restricción de horarios de los bares.

Una vez al año, durante el Womad, se les permite emborracharse en la plaza, a modo de excepción carnavalesca que sirve para confirmar la norma.

Una ciudad en la que un porcentaje importante de señoras y señores vive de los alquileres a estudiantes, que son tratados, en definitiva, como vacas lecheras a las que se ordeña hasta la última gota, a esos pobres «puebleros» que vienen de Cañamero o Cabeza del Buey, de Madroñera o Los Santos de Maimona, a estudiar en Cáceres y a los que, puesto que no votan aquí, se puede tratar de cualquier manera.