TYta no recordarán cuando José María Aznar dijo: "Déjeme que beba tranquilo". Era mayo de 2007, y atacaba las campañas de la DGT para evitar la conducción bajo los efectos del alcohol. Lo decía menos de un año después de que el Gobierno de Zapatero aprobara el carné por puntos, un hito histórico en el descenso de siniestros en las carreteras españolas.

El principio que latía en aquellas palabras es una idea muy básica: oiga, déjeme hacer lo que me dé la gana. Lo curioso de este principio es que había sido tradicionalmente usado contra la izquierda, apuntalando la excesiva permisividad progresista. Ahora, desde el neoliberalismo más atroz hasta la izquierda más radical, pasando por las zonas ideológicas templadas, no hay quizá idea mejor asentada en la sociedad que esa: yo hago lo que me da la gana.

Siglos de filosofía, de ética y de moral, desde Sócrates hasta Zizek , pasando por centenares de mentes brillantes, para acabar resumiéndolo todo en ocho palabras: yo hago lo que me da la gana. Y eso, creen algunos --incluido Aznar-- se llama libertad. Y cuando les preguntan si son liberales, responden rápido, "sí, sí, yo soy liberal", y están pensando... "porque me gusta hacer lo que me da la gana".

Si yo considero que puedo conducir con tres copas de vino, quién es la DGT para decirme lo contrario. Si yo creo que mi familia está formada por mi perro y yo mismo, quién va a ser nadie para decirme que eso no es una familia. Si yo pienso que la fidelidad no está reñida con la promiscuidad, ni la Real Academia Española se atreverá a contradecirme. Si a mí me parece que un embarazo puede ser interrumpido en cualquier momento del mismo, no debería haber ley que me lo impidiera.

Fíjense que mezclo deliberadamente ideas que pueden ser defendidas por progresistas y por conservadores, y lo hago porque estimo que el cáncer del "lo-que-me-da-la-gana" está ampliamente instalado en casi todas las conciencias, más a fuego cuanto más tarde han nacido esas conciencias.

XVAMONOS AHORAx al otro extremo. Los islamistas radicales --algunos de los cuales, en su fanatismo, están dispuestos a morir matando-- dicen justo lo contrario: esta moral, mi moral, nuestra moral, es la única válida. Es una moral colectiva. Es la moral de la que debe participar todo el mundo para que las cosas funcionen mejor, y por eso queremos expandirla lo más lejos que podamos. A todo el planeta. Por las buenas o por las malas.

Es decir, que mientras en Occidente pensamos (y decimos y hacemos) "déjame hacer lo que me dé la gana, yo no trato de imponerte nada que tú no quieras hacer", en el Oriente islámico más radical piensan (y dicen y hacen) "lo que yo hago es lo correcto, y voy a obligarte a ti a hacer lo mismo".

Si hago esta comparación (terrorismo aparte, pues la locura criminal debe quedar siempre fuera de toda ecuación racional) es porque creo que ejemplifica magníficamente la razón fundamental por la que las democracias occidentales están perdiendo la batalla contra las ideas totalitarias (no solo islámicas): nosotros hemos disuelto todas las éticas colectivas y ellos tienen una muy clara, muy contundente y muy determinada a ser puesta en práctica.

Otra cosa muy distinta es que esa ética sea más o menos compartida por nosotros, que la veamos con mayor o menor desprecio, que la acusemos de ser más o menos fanática. Pero es la suya. La tienen y la defienden. ¿Cuál es la nuestra? Repito la pregunta, porque es importante: ¿Cuál es nuestra ética colectiva como sociedad?

"La democracia, el gobierno del pueblo". Falso. El estallido de la crisis económica en 2008 dejó al descubierto que las decisiones que más impactan en nuestras vidas no están en manos de los gobernantes a los que votamos, sino de los poderes económicos que les chantajean permanentemente.

"La ética de lo público". Falso. Cualquiera que conozca la administración no puede afirmar eso honestamente. Una gran parte de la terrible crisis griega se debe a la corrupción de lo público. Lo que aparece en los medios de comunicación sobre la administración española es solo la punta del iceberg.

Aunque estos suelen ser los dos argumentos principales para definir la ética colectiva de las sociedades democráticas occidentales, podríamos seguir desmintiendo con la misma contundencia uno a uno. Al final, ¿saben lo que quedaría? Que "podemos hacer lo que nos da la gana". Y eso, además de mera convicción individual, y de estar por tanto muy lejos de ser una ética colectiva, es mentira. Y por eso, porque llevamos demasiados años mintiéndonos a nosotros mismos, tenemos de momento perdida la batalla contra el totalitarismo triunfante que va adquiriendo cada vez más formas y más terribles.