TEtl Reino Unido nunca se ha sentido a gusto en la Unión Europea. Prefiere una amplia integración económica, pero una débil unión política. Su originaria adhesión respondía a necesidades económicas de posguerra. Después, los británicos se han mantenido en Europa a base de prebendas. Thacher, a cambio de la política agraria, exigió el famoso cheque británico. La Unión Monetaria fue descartada también por el RU porque su talante no le permite renunciar a uno de los poderes esenciales del Estado: la acuñación de moneda. Ahora, Cameron, que ve peligrar su continuidad en el cargo, prefiere cambiar permanencia por privilegios políticos.

La Europa del Norte, antes solidaria, comienza a reaccionar contra inmigrantes y exilados. Hasta G. Sartori, pensador de izquierdas y premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, ha defendido que la llegada incontrolada de inmigrantes supone un riesgo para el pluralismo y la democracia. Las ideas xenófobas se imponen para desatender a los ciudadanos que necesitan asistencia social, incluidos los europeos.

Parece que se acepta de buen grado que circulen las mercancías, pero el libre movimiento de los ciudadanos molesta. Sobre todo si se trata de personas sin recursos.

Con las concesiones ahora alcanzadas por el RU se pierde la idea de que cualquier ciudadano europeo no es extranjero en otro país de Europa. El ordenamiento de la UE es unitario. Si se aprueban excepciones para un país, se discrimina al resto de los ciudadanos, por lo que siempre se podría acudir al Tribunal de Justicia de la UE para anular la legalidad singular de un Estado. Además, los otros países estarían en su derecho de aplicar el principio de reciprocidad. Si el RU suprime ayudas para ciudadanos europeos, ¿por qué no podrían otros Estados privar a los británicos de derechos sociales?

El sueño europeo de libertad e igualdad choca con los ruines intereses económicos. La Europa que construimos no se parece en nada a la Europa que soñamos.