Los romanos dedicaron el día 1 de enero a Jano, el dios «de las entradas y los comienzos». Y el mes de enero recibió nombre en su honor. A Jano se le representaba con dos caras, «…una que miraba hacia adelante y una que miraba hacia atrás».

Como él, llegados a esta fecha, primero hacemos balance del año viejo, pasado ya, recordando lo más importante o significativo para cada quien en todas sus vertientes: un nacimiento, una muerte, una boda, un divorcio, un premio, un fracaso, un accidente…, sucesos buenos y malos que conforman quiénes somos y lo que es nuestra vida a día de hoy, repleta de aventuras, positivas en forma de realidades vividas y negativas, en forma de promesas incumplidas o mentiras. Aunque, solemos sacar lo positivo incluso de lo más negativo y resarcirnos pensando: «si no puede haber sido peor, ya solo puede ser mejor».

Después, miramos hacia lo venidero, ese futuro incierto pero imaginable repleto de deseos por cumplir, expresados en nuestra cabeza desordenadamente, hechos y pensamientos que, quizá otro año más, vuelvan a quedarse sólo en eso, propósitos irrealizados.

Casi obligados por la tradición y la norma social, empujados por las prisas de las campanadas, pregoneras de nuevo de que el tiempo y la vida no esperan, ni se detiene o ralentiza tan siquiera para permitirnos pensar de forma racional, debemos apresurarnos a elegir un deseo por cada uva, cada beso debajo del muérdago o cada botella descorchada, pero ¡con todas nuestras fuerzas!, apretando dientes y puños como si eso fuera a ayudar y si no, no funcionara, pues no habríamos puesto todo de nuestra parte a modo de deus ex maquina, irracional pero explicadora del procedimiento en su conjunto.

Y sólo llegados a ese punto pensamos en el nuevo año 2017 como la tábula rasa que defendía el filósofo inglés John Locke. Esa pizarra sin escribir con 365 oportunidades más para alcanzar nuestras metas, sí, porque lo importante es fijar objetivos realistas cuya formulación cumpla con las siglas S.M.A.R.T. (inteligente, en inglés), acrónimo de específico, medible, alcanzable, orientado a los resultados y con fecha límite de ejecución. Y si además cuentas con el apoyo de otra persona, mucho mejor.

De nada sirven ya pasado ni futuro, vivir el presente es el mejor paso del Rubicón.