En Valcorchero, cuando dejó de ser una zona natural para convertirse en terreno especulativo, las cosas empezaron mal. No hay criterio urbanístico que soporte la construcción de plazas verticales, por ejemplo. Ni semejante caos en tan poco espacio, más cuando no se trata de planificar sobre lo que hay sino de partir de cero. Hace pocos meses, en una Jornada sobre la muralla organizada por la Consejería de Cultura y el ayuntamiento dije que me alegraba de que les estuviera costando tanto destruir Valcorchero. No me refería a quienes estaban haciéndolo a pie de obra sino a quienes habían consentido la devastación de una parte considerable del rico patrimonio natural placentino y, para colmo, de una forma tan insensata, sin aprovechar la coyuntura para "hacer ciudad". Se ve que no tenemos remedio. No sospechaba uno entonces que detrás de las voladuras y los movimientos de tierra contra canchos y árboles (que hacían de ese paraje un lugar único) iba a levantarse, entre otras lindezas, el muro (que denomino de la vergüenza) de dimensiones colosales que ahora allí se alza como simbólico monumento al despropósito. Una escalera de tamaño inhumano servirá a los pobres peatones para escalar el terroso murallón. La enorme pared puede ser un alarde de la técnica, pero su visión es manifiestamente horrible. Aunque de pequeño le enseñaron a uno que no debía señalar con el dedo, los responsables tienen nombre y apellidos. Hablo de los políticos. ¿Hasta cuándo va a tener que soportar esta ciudad la falta de imaginación de sus gobernantes? Lo que viene, que no es poco, ¿podrá sacarnos de nuestro tradicional atolladero?