Quien no lo es, difícilmente lo entiende, más aún si se tiene una perspectiva con matices peyorativos hacia quienes tenemos esta procedencia. Poder llamar a cada vecino ‘tío fulanito o tío menganito’ como si fueran familia de segundo grado de consanguinidad y tener primos lejanos más cercanos de lo que jamás imaginarías, esto también es nuestro y solo nuestro.

Porque ser de pueblo es más que un hecho, es un sentimiento, algo que te empuja a manifestarlo de mil formas distintas cada vez que tienes ocasión, porque te nace y quieres que se conozca, pues sabes, que con ello contribuyes a su supervivencia.

Es un lujo poder serlo y decirlo. Más aún, es una necesidad. La acuciante y peligrosa despoblación está pidiendo a gritos soluciones. Remedios que ya se materializan desde las administraciones también, sin cuyo apoyo sería imposible sostener la vida de nuestros jóvenes en su lugar de origen, pero que hasta hace relativamente poco era responsabilidad exclusiva de los propios habitantes. Los mismos que han experimentado la evolución en todas sus formas de desarrollo, quizás un poco más lentamente que en los grandes núcleos urbanos, y, a su vez, padecido sus negativas consecuencias, dado el preocupante deterioro del valor del sector primario, principal fuente de ingresos de los pueblos, dedicados principalmente a la agricultura y a la ganadería, que han ido viendo cómo el empleo se reducía hasta mínimos insospechados.

Sin jóvenes, el declive está asegurado. El milagro está en nuestras manos: revitalizar el sector, recuperar el cultivo de la tierra y la cría de ganado apostando por ayudas y facilidades para realizarlo contribuirán indirectamente en la creación de empleo para la realización de estas, ya de por sí, durísimas tareas que, desgraciadamente pocos desean realizar y a quienes nuestros mayores puedan enseñar y trasmitir su sabiduría y técnica para obtener el máximo rendimiento con el mínimo esfuerzo y recuperar las costumbres para el sostenimiento de nuestro entorno, cuyos beneficios redundan directa e indirectamente en toda nuestra vida y la del planeta. No hay más que ver la de incendios que se podían haber controlado si el pastoreo continuara del mismo modo que lo hicieran nuestros ancestros.

Porque por muchos lugares en los que vivas, sean pueblos o ciudades, tu pueblo es tu pueblo.