La cruda realidad de la gran mayoría de nuestros jóvenes en estos momentos.

Tras esos maravillosos años de instituto y el descubrimiento de la responsabilidad de tomar las primeras y decisivas decisiones, han de elegir entre cursar un bachillerato u otro, o el camino que les acerque a ese deseado sueño, mientras la indecisión les abruma, bien por inmadurez y falta de experiencia o por miedo a un futuro incierto, solo aparentemente lejano.

Cuando al fin deciden, con la mochila a sus espaldas de la incertidumbre cual tortura china, es solo el principio de la tónica que les espera en adelante. Terminan la carrera, para algunos, los mejores años de sus vidas, ¿y ahora qué?

Los más afortunados, tal vez, porque sus padres pueden pagarlo, continúan formándose. Másteres, dobles grados, etc., les acompañan un tiempo más para terminar como el resto, solo que un poco más tarde. En este punto, la decisión más importante es intentar dar comienzo a su vida laboral, para descubrir un mercado (nunca mejor dicho), en el que se ‘venden’ a las escasas ofertas de empleos precarios disponibles para su edad y nula experiencia. Con la ilusión y única recompensa del orgullo al recibir los escasos honorarios que su trabajo ha generado, mientras luchan por mantener su cuota de libertad, tratando de compaginar sus vidas laboral y social en el poco tiempo libre que les queda.

En las ciudades es más fácil, pues la oferta alternativa de actividades contrarresta la frustración por no poder dedicarse a su electa profesión, no así en los pueblos y zonas rurales. Lo cual, desde el Consejo de la Juventud de Extremadura se intenta mejorar con su campaña “Soy de pueblo”, que esperamos logre buenos resultados.

Doctores preparando oposiciones, maestros cuya vocación termina tras un mostrador y otros muchos que continúan capacitándose, jóvenes hiperpreparados académicamente, cuyo truncado sueño, en lugar de hacerse realidad, parece desvanecerse.

Es incompresible intentar fijar población incentivando con recompensas la natalidad en las zonas rurales, si luego no se les proporciona lo imprescindible para quedarse. Las instituciones lo intentan a través de planes que les enseñan cómo buscar un empleo casi inexistente o, crearlo sin ofrecerles unas mínimas condiciones y garantías.

Muchos quieren, pero no pueden.