Ramón González Hidalgo e Itxiar Amor Bonilla forman un joven matrimonio con dos hijas que dejó Vitoria para apostar por Extremadura. En el País Vasco él trabajaba en una fábrica de cerrajería y ella en un centro estético; una vida asentada que terminaron cambiando por Herreruela, donde habían restaurado la casa familiar de Ramón y a la que acudían en vacaciones. Tras cada viaje que hacían se les hacía más cuesta arriba volver al norte y un día decidieron regresar al pueblo para cumplir su sueño: montar una empresa propia, una granja de gallinas que produjera huevos camperos. Ahí comenzó el calvario.

En febrero pasado contactaron con un ingeniero para que les redactase el proyecto y en primavera lo presentaron en el ayuntamiento. «Tuvimos una gran aceptación por parte de los vecinos y del consistorio. El gobierno municipal, con rapidez, comenzó a pedir los informes sectoriales a los distintos organismos», explica Itxiar. «Tenían que ir enviando al ayuntamiento todas las observaciones y desde aquí se les dio el plazo de un mes para contestar. Estamos en noviembre y no tenemos las licencias», lamenta.

UN CÚMULO DE ‘PEROS’ / La retahíla de solicitud de permisos parece inacabable: Servicio de Vías Pecuarias, Demarcación de Carreteras del Ministerio de Fomento, Dirección General de Medio Ambiente para el impacto ambiental, Confederación Hidrográfrica del Tajo, Oficina de Gestión Urbanística y Patrimonio... «Todos los informes que iban llegando a Herreruela eran favorales. También vino la carta del DOE, por la que hay que pagar una tasa para que el proyecto esté durante 20 días en exposición pública para posibles alegaciones. Pensamos que con eso estaría todo listo, pero no».

¿No? «La Dirección General de Urbanismo tiene que recibir todos los informes y debe revisarlos de nuevo. En este caso, ha pedido uno de afección para comprobar que la explotación no está en Zepa (zona de especial protección ambiental)», relata Itxiar.

«Si todo va bien, cuando Urbanismo lo reciba, éste pasará al departamento jurídico, se firmará y con ello obtendríamos la calificación urbanística. En el momento en que ese papel llegue al ayuntamiento, hay que enviarlo a la Mancomunidad Sierra de San Pedro Los Baldíos para que se expidan las licencias. Todo muy sencillo, muy fácil», apunta con sorna.

Esta es la tramitación solo para obtener un permiso de actividad y obras, «porque si quieres pedir una subvención, ya es un mundo aparte». Además de estas diligencias, los pequeños empresarios han de contactar con un veterinario, encargado de solicitar el llamado Rega, que es el número de registro sanitario, el código que llevan los huevos para poder comercializarlos. ¿Y cuánto tiempo tardará todo eso? A la pregunta responde así: «Lo que más me hierve es la incertidumbre. Pensaba que iba a tener gallinas en septiembre, es noviembre y no las tengo».

Pero, además, hay que construir la nave... «Imaginen que me dan la licencia ahora, luego tenemos que levantar el edificio, instalar el equipamiento interior, traer las gallinas, ¡y que pongan huevos! Mentalmente es un desgaste, sobre todo cuando todos los papeles son favorables», explica ante una situación sobre la que no se resigna. «Que lo miren todo con minucia, sí, para respetar el medio natural. Nosotros protestamos por la parsimonia de las instituciones. Como esto siga así, nos podemos quedar en la ruina».

Y eso es lo que les preocupa. «Solicitamos unas capitalizaciones del paro; para no perder el dinero tenemos que presentar las facturas. Si no tenemos licencias corremos el riesgo de perderlo todo, de que nos quiten el préstamo, de que no nos den el registro sanitario. Estamos atados de pies y manos».

Explica su situación personal: «Tenemos dos niñas pequeñas, recibos que pagar. Nos hemos hecho autónomos, sin embargo no podemos ingresar un euro», confiesa desde el precipicio del que ahora están colgados.

El proyecto suena bien: 3.500 gallinas repartidas en una nave con dos gallineros con capacidad para 1.300 aves cada uno de ellos. En medio, un centro de clasificación, donde se seleccionan los huevos y se envasan. Una inversión de 150.000 euros, un facturación prevista de 120.000 euros brutos y la posibilidad de ir sumando con el tiempo nuevos puestos de trabajo al de su marido y el suyo.

Para conseguirlo hay que abrirse mercados, «¿pero cómo voy a presentar el producto si aún no tengo ni animales?», se pregunta. Ya disponen hasta de marca: ‘Con un par. Huevos de campo de gallina feliz’ y todo con una noble aspiración: convertir Herreruela en el gallinero de España; si la administración les deja, claro.