TDtespués de un año soy capaz de este recordatorio, aunque a mi corazón le parezca que fue ayer. Todos te queremos mucho como para no hacer una mención especial a tus virtudes, a tu sana casta. Abuelo, es obligado que todos conozcan quien eres, cómo tu vida fue un ejemplo para muchos de nosotros, y por qué alardeo cuando de hablar de ti se trata.

Los recuerdos imborrables de tu existencia vuelven a mi memoria indefectiblemente, dejando una vez mas la mirada perdida en las añoranzas de tus historias, que repetías a mi capricho sin atisbo de aburrimiento en la añeja expresión de tu cara. Tal vez algún día me toque ser abuelo a mí y entonces querré ser como tú. Conseguir que los nietos te escuchen con atención y respeto, con palabras serenas y oportunas, que manan mansas de una inagotable fuente de sabiduría. Me encandilabas de chico con tus cuentos y de grande con la experiencia en la vida y sabía que no mentías porque te miraba a los ojos y tus manos grandes de recios dedos delataban tu pasado laborioso, primero en el campo, después en la cantera, cortando y dando forma a la piedra, emigrante en Alemania, como tantos otros, y mal necesario para sacar adelante a tus cinco hijos y a Abuela, que como yo, igualmente notan tu ausencia. Y en la Biblioteca Pública, donde te jubilaste con el reconocimiento y orgullo de tus compañeros.

Mucho de lo bueno que hay en mí lo conseguiste tú, supongo que esa habilidad para dar forma a la roca, sin romperla, te sirvió para sacar lo mejor de tus nietos, cincelando con tu sabiduría, abnegada paciencia y generosidad nuestro alma, hasta dejarla pulida, brillante y majestuosa, orgullo de nuestros padres y que como un invisible, pero indeleble sello nos identificaba ante otros, que al poco de conocernos e inexplicablemente para mí, ya sabían que éramos nietos de Clemente y María Leo.

Con ganas me quedé de saber cómo nos engañabas para que siempre ganásemos a las cartas, para que pudiéramos contar ufanos que habíamos derrotado al Maestro en su propio terreno y juego y también porqué nunca te escuché discutir o enfadarte ¿eso es posible? Nunca una palabra malsonante, o un gesto agrio o mala cara, disculpando cualquier fallo o equivocación, con una actitud conciliadora de la que todos estamos sumamente agradecidos.

En Torremocha, tu patria chica, jugando las cartas con tus amigos llegó tu momento, pero los que te conocimos sabemos que los gigantes no desaparecen, dejan huellas eternas, que como una estela de sabiduría seguirá brillando en los corazones de los que nos forjamos bajo tu guía.