Las maletas están llenas de porsiacasos. Esa bufanda por si hace frío, esa última camiseta por si me mancho porque no tengo suficientes con diez para un fin de semana. Yo me llevo el bañador aunque no haya playa. Que no se olvide el secador del pelo. Y otro cargador. Vivimos pegados a los cables. Somos los robots de la nueva era. Por si, por si, por si. Por si nada. Es un sinsentido. Vuelves a viajar y aprendes pero nunca lo suficiente porque otra vez rescatas esa bufanda del fondo que regresa empaquetada entre los pocos souvenirs del camino. Si lo viera Marie Kondo. Qué banalidad tan extrema darle importancia a una bufanda cuando hay quién no tiene hueco para los porsiacasos. No tiene mucho sentido pensar en ellos si ni siquiera sabes si vas a llegar al destino. Raymond Aubacaire Boum (Camerún, 1987) viajó con lo puesto. Solo cargó con algo en el bolsillo. Cuando te subes a una patera te dan un móvil. Aunque si el mar se cabrea no hay señal que te salve y la fortuna de Poseidón no suele ser bondadosa aunque sea la desesperación la que te haya hecho jugarte la vida por otra más digna. En el suyo había grabados dos números de teléfono, uno el de salvamento marítimo y otro de una periodista que se llama Elena y a la que no ha parado de agradecerle ya en tierra. Porque él por suerte llegó. Precisamente, este viernes ha cumplido tres años en España. Dice que cumple porque lo festeja como un aniversario. «Dos y medio en Cáceres». Como para no celebrarlo cuando vives una travesía que risa da la Odisea de Homero.

Cinco años duró la suya. Ahora se dedica a contarla encima de un escenario. Es el actor de la familia. Quién se lo iba a decir. Desde hace meses Raymond forma parte de la compañía La Resistance, un grupo de la plataforma Refugiados Cáceres que conciencia a través del teatro. Con ellos, se dedica a desmontar mitos y a romper los tópicos de los que bebe el racismo. No llega a ser consciente de la importancia de su presencia en las tablas porque él siempre ha estado entre bambalinas. Detrás. En la sombra. Y nadie suele hablar de lo que hay detrás de la cortina. De Camerún tuvo que huir por su condición sexual. Primero hizo parada en Nigeria, luego en Marruecos y desde allí solo quedaba lanzarse al vacío. Mucho se lo pensó pero no tenía otra salida. Pagó 500 euros a la mafia. «Otros pagan 200 y otros 1.000 euros». Como en todo, cuanto más pagues, más posibilidad tienes de conseguir lo que deseas. Su anhelo era cruzar el estrecho. Con los ojos cerrados se embarcó en una barcaza con otros cincuenta. Cuando los abrió estaba en puerto. Dos días pasó en Málaga y el azar del destino lo embarcó de nuevo por el país hasta que Accem, una organización benéfica lo trasladó a Extremadura. En Cáceres hace lo que cualquiera haría. Ganarse la vida. Estudia y trabaja. Tiene un español envidiable. En su país hablaba francés y lo primero que hizo cuando llegó a España fue aprender el idioma. Enumera de memoria sus títulos en cocina, jardinería y ahora en albañilería. Ya había trabajado en la construcción y sorprende que diga que le gusta. Cree que casi más que el teatro, en el que cayó de casualidad para la obra que Marce Solís había preparado para la compañía. Y eso que no hace papel pequeño. El camerunés protagoniza ‘Tú a Ibiza y yo a Lampedusa’, una pieza en la que interpreta a un emigrante que huye de la guerra en Nigeria, llega a la isla de las Baleares y aparece en la mansión de una excéntrica millonaria. Aunque el drama es evidente, está escrita en clave de comedia porque la letra con humor entra. Ayer en Plasencia representó el último pase. Ahora trabaja con la compañía en otra pieza, una continuación dramática de la primera que se estrenará el 7 de febrero. «La primera hablaba de llegar, esta de lo que sucede después, de quedarse». Parece que el viaje para un emigrante nunca acaba.

Raymond habla sin miedo aunque se camufle en una gorra en la que se repite Madrid en letras imposibles. «Es porque soy del Madrid», justifica como si tuviera que hacerlo. «El Madrid es el mejor». Pues vale. Que sea del equipo que quiera. Reniega de la política y prefiere no entrar al trapo sobre los movimientos racistas. «Los políticos solo piensan en ellos». En Cáceres nunca ha tenido problemas. Se siente cómodo, como uno más, y en el escenario también. «No me pongo nervioso». Tiene ganas de contar. Son la seis y media y a las siete tiene una mesa redonda para seguir dando conciencia. Todavía le queda travesía. Poco importa si eres Ulises.