TAtquí está el sol. Entra por la puerta del cuarto de baño y se posa sobre el móvil de mi hija que no deja de sonar. Hoy es el día de los enamorados. También hoy se cumplen cuarenta años del Abbey Road, acaso el mejor disco de The Beatles. Pero esto, a mi hija, que es adolescente, le trae al fresco. Por su móvil sólo suenan melodías recientes, de otra galaxia. A cada segundo le entra un mensaje. Casi todos ridículos, casi todos necesarios. Necesarios sobre todo para mí, porque qué sería de mí si mi hija no tuviera a nadie que le enviara mensajes adolescentes en el día de San Valentín, si la tuviera en una cama, como un vegetal, enchufada a una máquina. Sólo de pensarlo me echo a temblar. Pero tengo que pensarlo. Estoy en la obligación de pensarlo porque hay un hombre, Beppino Englaro , el padre de Eluana , que no puede salir a la calle si no es con guardaespaldas. Los defensores de la vida le han amenazado de muerte. Por qué será que los que creen que hay un Dios que controla los mecanismos de la vida y de la muerte y que los hombres no debemos interferir en sus asuntos son los únicos que se oponen a que se apague una máquina que impide que una chica muera como Dios manda. Ponerse en la piel de un padre que ha de decidir la muerte de su hija es difícil. No sé como Berlusconi y muchos como él pueden siguiera permitirse juzgar a un hombre que lleva sobre las espaldas tal carga de dolor. Qué habría hecho yo en su situación? Qué habría hecho Berlusconi? A saber. Pero basta imaginarse las noches, los años, los días de San Valentín sin Beatles y sin tarjetas que llevará pasados este hombre, aferrado a una mano que no responde, a unos ojos que no miran, a un cuerpo que ya no es el de tu hija, para callarse la boca y ponerse de su parte sin condiciones.