TLto de amarás al prójimo como a ti mismo está muy bien en teoría, pero en la práctica tiene sus riesgos. Miren si no lo que contaba el pasado domingo en una carta al director don Pedro Rodríguez Muriel, que se encontró un bolso negro de señora, fue a devolverlo y acabó pasando la noche en los calabozos de la comisaría cacereña, además de perder las llaves de su casa, un zapato y un libro. Al tiempo que el señor Rodríguez aprendía que a veces es mejor hacerse el sueco con el prójimo, mi hermano menor intentaba salvar a una sueca de un atraco en Valencia. Vio a un carterista robando el bolso de la extranjera y para evitarlo se puso a hablar con la dama como si fuera de Estocolmo de toda la vida. La escandinava no se percató de la jugada y puso cara de doña Croqueta en trance. El atracador sí que la entendió y la emprendió a golpes con mi pobre hermano por espantarle la presa.

Pero no siempre descorazona ayudar al prójimo. La semana pasada, un jubilado cacereño acudió a Caja Duero para ingresar un cheque de 2.500 euros. Cuando echó mano al bolsillo, el cheque no estaba... ¡Y era al portador! Su desazón se aplacó cuando una empleada se acercó y le entregó el cheque. Se lo había encontrado en la calle Javier Franco, encargado del bar El Puchero de la plaza Mayor, y lo había llevado a Caja Duero sin dudarlo. El jubilado llamó al señor Franco, le agradeció su honradez y esta columna puede acabar con una moraleja bonita y no con el escepticismo con que se inició.

*Periodista