No soy de aquí ni soy de allá/ no tengo edad ni porvenir". Facundo Cabral, el cantor errante, aquel que sentía que la felicidad era el color por el cual podían identificarlo, fue asesinado por sicarios en un episodio tan confuso como escalofriante. El atentado tuvo lugar la madrugada de ayer en la ciudad de Guatemala, cuando se dirigía al aeropuerto internacional. La noticia provocó estupefacción. Tenía 74 años. "Es un hecho lamentable, repudiable y vergonzoso para Guatemala que una persona que le cantaba a la vida, al amor y a la paz haya sido víctima de la violencia en nuestro país", dijo el portavoz del Gobierno guatemalteco, Ronaldo Robles. El Gobierno de ese país se ha inclinado por la hipótesis de una acción "planificada". La explicación, transmitida a la presidenta Cristina Fernández, no ha resultado por ahora convincente en Buenos Aires.

Cabral se había presentado horas antes ante 5.000 guatemaltecos. Del concierto se fue al aeropuerto, acompañado por su representante, David Llanos, que fue herido, y por el empresario artístico nicaragüense Henry Fariña. Tres coches les interceptaron. Después sucedió lo terrible. El cónsul argentino en Guatemala, Enrique Vaca, puso en duda que los sicarios estuvieran buscando al autor de No soy de aquí ni soy de allá , una de las canciones argentinas más grabadas en el mundo. "No sabemos si atentaron contra el empresario, eso es factor de la investigación".

PRESO Y VAGABUNDO Cabral nació en la provincia de Buenos Aires en 1937. Su padre se largó un día antes de que naciera. El y sus seis hermanos vivieron en la pobreza extrema. A los 9 años, se escapó de casa; a los 14, era un marginal. Cayó preso. En la cárcel, un jesuita le enseñó a leer y escribir. Estudió entre rejas. Escapó de la prisión y se convirtió en un vagabundo y autodidacta que mezcló la picaresca quevediana con las parábolas bíblicas, a Gandhi y Walt Whitman con Borges. Su figura, mezcla de líder espiritual y cantante de protesta, alcanzó renombre en 70. En la dictadura (1976-83) se exilió. Al volver la democracia, en 1983, tuvo uno de sus picos de popularidad. Grabó decenas de discos y 22 libros. Se iba, una y otra vez, pero siempre volvía. En Guatemala lo esperaba un final infame e inmerecido.