La Enciclopedia Álvarez, de benemérita memoria, preocupada por la recta educación de los infantes, consideraba detalle de mala educación torear a los coches. Eran otros tiempos. Andrade, que es alcalde de Olivenza, llega al Hotel Heredero, el hotel de los toreros, pilotando su propio cacharro. Y no pude por menos que torearlo... La cazadora en la derecha, los riñones en fuga, cargando la suerte y dándole recorrido al viaje... Y que Dios me perdone. Y que me perdone Andrade. Y, sobre todo, que me perdone Álvarez. Pero esto se llama Olivenza. En la linde del toro... Si lo de las huríes en su paraíso fuese la mitad de divertido que Olivenza por cuando llega la feria, me haría, sin remedio ni excusa, morito.

En la carpa, mientras tanto, todo arde. Desayuno; a veces montaditos de lomo, a veces pastelitos de Belén; que de todo hay. Topo con Monago que anda comprando lechugas para la dieta (en sus variedades salchichón de ciervo y salchichón de jabalí). Tres por diez euros. Tomo ejemplo y me compro otras tres lechugas. Me compro también un panamá tostado para estar a la moda. Saludo, un año más, a los artistas de los pinceles. Alfonso Rey, amigo entrañable, me regala el último libro que acaba de ilustrar. Nicolás Sampredro trae su novela ‘El Aventorero. Entre ‘Agujetas’ y ‘Badila’’; se la presentan al alimón, Sixto Naranjo y el maestro Víctor Mendes. Víctor es mi debilidad; pocos tipos tan simpáticos. ¡Menudo español hay dentro de ese portugués! O, si se prefiere: ¡menudo portugués hay dentro de ese español! Habla casi tan bien como banderillea. En presente, porque torero se conjuga siempre en presente. El viernes, en el homenaje al doctor Valcarreres, me acerqué a otro maestro, Roberto Domínguez, y vine a decirle lo mismo: habla usted casi tan bien como descabella. Vaya dos toreros con letras... ¡Mayúsculos! Dijo Roberto que de haber conocido como conoce ahora a Don Carlos Valcarreres se hubiera arrimado más. ¡Qué honor estrechar la mano del doctor! Doctor en medicina desde ha mucho y doctor en derecho en ciernes. Ahí quedo eso... y el que pueda que lo supere.

Víctor habla con pasión. La pasión que va de Vila Franca de Xira a Olivenza. La que va y vuelve. Algún día volveré a Vila Franca. A sus toreros, a José Falcón, a un toro de nombre ‘Cuchareto’, a su cementerio, a su plaza y a sus tertulias. No se mueran sin visitar una de sus tertulias. Vila Franca y Olivenza, el mismo misterio. ¿Cuál es el misterio del toro? Lo ha escrito Nicolás Sampedro y lo ha rubricado Víctor Mendes: «pensar en la cara de un animal hermoso que te quiere matar». Y salgo de la carpa con cuatro libros, tres lechugas, dos cinturones de cuero y un panamá tostado, relamiendo pastelillos de Belén y meditando eso de qué cosa fuera pensar en la cara de un animal hermoso que te quiere matar...

Los unos y los otros. El paseo largo y el paseo chico. Y mientras algunos bailan otros me cantan por Tomás Rufo. Manolo Perera tuvo el viernes su debut con caballos de puerta grande. Y Tomás dejó muletazos de cartel. El Maila es un rompeolas. En una mesa Don Francisco Sauco, presidente de la Academia Extremeña de Gastronomía. Los jamones en fuga. Las merluzas en éxtasis.

Y en la plaza, Ferrera... con las cornadas al hombro; las de la carne y las del alma. Ferrera es un lugar donde los oles tienen más eco. Ferrera es un lugar al que van a parar los toros de indulto. En tensión infinita. A los pies del torero un sombrero canela... y de de vuelta al campo charro un semental de bravo. Recuérdese para eterna memoria su nombre: Atajante, y su hierro: Garcigrande.

Así que ya saben, si lo de las valquirias en el Walhalla es la mitad de divertido que Olivenza por cuando la feria me hago vikingo. Pero, entre que sí o que no, aquí sigo, en taurino, en la militancia de esta fe tan antigua como bella. ¡Y que rabien los vikingos bajo sus cuernos!