TTtenían un toro de muy buena planta y clase --al decir de los taurinos-- extraordinaria. Por eso lo quisieron copiar: para repetir su encaste y eternizar la alegría --suponiendo que así sea-- que un buen toro proporciona. Aprovechando los avances tecnológicos, fabricaron uno nuevo nacido fuera de las dehesas, sin hermanos ni vacas oscuras juguetonas que le lamieran y le enseñaran cómo hacen los terneros para aprender el mugido exacto, el gesto bajando la testuz, el sacudir de manos o el bufido profundo. Tuvieron un país, pero querían otro, de modo que lo construyeron nuevo, aprovechando también los avances tecnológicos. Distribuyeron el territorio en diecisiete cachitos con bastantes caracteres idénticos. En cada uno de ellos se repetía, sobre todo, la capacidad genética de generar gastos y de recibir dinero porque sí para crear organismos idénticos. Además, a cada cachito le inyectaron promesas y gobiernos exactos reclamando lo mismo. Lo que pudo haber sido uno, se multiplicó por 17 o más, porque el ansia por lo clónico terminó contagiándose y llegó el día en que cada pequeño lugar quiso parecerse al otro y también tener una estación con AVE y un centro comercial repleto de grandes superficies, todo gratis total. El país terminó desmoronándose, con los clones desparramados y pobres, que jamás sirvieron para lo que sus creadores habían pensado. Fue solo un invento. Dicen que estuvo hecho para salvaguardar identidades imprescindibles. Como la del pobre Vasito --q.e.p.d--, quien demostró en vida un encaste brutal que ahora han pretendido replicar en este endeble Got hijo de la tecnología, no de su madre ni de su entorno. Monigote de feria que nunca bufará en el albero.