De cada mil personas que sufren una agresión sexual en EEUU solo 230 acuden a la policía. De esas denuncias, 46 derivan en arrestos. De ahí únicamente nueve casos pasan a la fiscalía y solo cinco acaban en un juicio donde el acusado es condenado. Ni siquiera todos son encarcelados.

Los datos de la Red Nacional de Violación, Abuso e Incesto de EEUU (RAINN, en sus siglas en inglés) son un punto de partida fundamental para entender por qué la decisión del pasado lunes de siete hombres y cinco mujeres de un jurado popular en Nueva York de declarar culpable al productor Harvey Weinstein de dos de los cinco cargos por delitos sexuales a los que se enfrentaba se vive como un movimiento tectónico. El caso particular de Weinstein aúna muchos elementos únicos, particulares, desde la fama del acusado y su industria hasta la atención mediática. Pero como el primer proceso judicial de la era MeToo, se extiende la idea de que puede marcar un punto de inflexión, especialmente porque el jurado ha creído a mujeres con relaciones complejas con el acusado, con denuncias en las que no había pruebas físicas y solo dos versiones enfrentadas. Lo ha hecho, además, en un proceso donde la defensa del productor, dirigida por Donna Rotunno, hizo un brutal y misógino ataque a la credibilidad de las víctimas.

Desde una perspectiva psicológica, y no solo legal, la doctora Jennifer Freyd, profesora de la Universidad de Oregón, analiza el veredicto como «un alivio» pero también como «muy significativo para las supervivientes de violencia sexual». «Dada nuestra historia de no hacer a la gente responsable, que le hayan hecho rendir cuentas a Weinstein es muy importante», dice en una entrevista telefónica la experta, que identificó una estrategia común de los abusadores (DARVO por su acrónimo en inglés): negar que el abuso ocurriera, atacar a la víctima, mentir y retratarse ellos como víctimas, revirtiendo los papeles de víctima y agresor, algo que han hecho desde Weinstein hasta Donald Trump y el juez del Supremo Brett Kavanaugh.

«Hasta ahora las víctimas tenían la sensación de que no iban a ser creídas y ese era uno de los factores para no denunciar. Otro es culparse a sí mismas, algo que hace menos probable que cuenten a otra gente qué pasó. Pero cada vez hay más conciencia sobre la violencia sexual», explica.

«Hace 20 años nadie las habría tomado en serio», opina en otra entrevista telefónica Amber Keyser, autora del libro No más excusas: desmantelar la cultura de la violación. «Esto es un enorme progreso, y que sea reforzado por una decisión legal marca un momento de inflexión en esta conversación -afirma Keyser-. El sistema sigue roto pero este caso anima a pensar que podemos tener una comprensión más compleja de la agresión sexual».

En The New York Times Deborah Tuerkheimer, abogada que fue fiscal especializada en violencia doméstica, escribió que «el veredicto manda la señal de que barreras sociales y legales que durante mucho tiempo han negado justicia a las víctimas empiezan a caer». Y en CNN otra antigua fiscal, Caroline Polisi, ratificó que «el panorama en que Policía y fiscales pueden investigar y perseguir crímenes sexuales violentos ha cambiado fundamentalmente ahora que hay prueba demostrada de que los jurados pueden condenar incluso en casos sin pruebas físicas o cuando las víctimas mantuvieron contacto con el acusado tras la agresión».