TNto sé cuándo empezamos a ser adultos, a dejar de ser hijos. No tiene que ver con formar tu propia familia. Puedes tener tres niños y depender aún de tu madre para que te haga las croquetas y te arregle el largo del pantalón. O permanecer soltero y ser una persona autosuficiente. Creo que dejamos de ser hijos en el exacto momento en que el orden se invierte y empezamos a cuidar a nuestros padres. A decidir por ellos, a organizarles sus médicos, a controlar sus papeles, sus pastillas y sus olvidos. A sacarlos de paseo, a hacer su compra, exactamente igual que ellos hicieron por nosotros, solo que sin posibilidad de cambio. No es un proceso brusco, no pasa de un día para otro, aunque se puede dar el caso. Lo normal es ir dejando de ser cuidado paulatinamente hasta que llega un día en que te descubres como responsable de quienes ya no tienen fuerzas para cuidarte. En otras culturas, se vive como algo hermoso, un honor necesario para que la vida siga. Se venera al anciano como símbolo de sabiduría y experiencia, pero nuestra cultura no nos ha enseñado a cuidar, solo a ser mimados, de ahí que cuando tenemos que hacerlo, parezca una imposición más que una tarea noble y deseada. Dejar de ser hijos se convierte en un enfurruñamiento perpetuo contra el mundo, un síndrome de Peter Pan llevado a su extremo. Dónde está la madre servicial y el padre eficiente, nos preguntamos como niños perdidos. Menos mal que finalmente nos volvemos adultos, sin notarlo. Porque crecer no es solo ir hacia delante, sino mirar atrás, aceptar un deber como una bendición dichosa, regalo del tiempo, la oportunidad única de devolver lo recibido.