"Deporte, lo que es deporte... pues ya ves", dice Víctor Becerrica, señalando desde su chiringuito la playa de los Capellans de Salou. Un grupo de jóvenes se pasa desmañadamente una pelota. Imposible identificar el juego, "hacen el tonto y ya está". Dos parejas juegan a palas mojándose los pies, y por la calle bajan seis chicas, uniformadas de verde, con estics acabados en red. Van equipadas para el lacrosse, un juego popular en el Reino Unido y parecido al hockey, pero una vez en la arena se limitan a corretear, dar cuatro pases entre risas y estirarse al sol.

En las mesas del chiringuito, los pases son de jarras de cerveza. De mano en mano. "Vienen sobre las 10.30 y ya no se mueven de aquí hasta más o menos las cinco de la tarde", constata Becerrica. Toman cerveza, alguna sangría, nada caro. El está contento: "Gracias a ellos abro antes, y no me traen ningún problema". Aunque confiesa: "Bajo los precios porque por la tarde, arriba montan una barra de bar baratísima". Deducción fácil y acertada: la barra abre a las cinco, hora en que los universitarios abandonan la playa de los Capellans.

Hace un día estupendo y la playa Llarga, la más céntrica, parece tierra de estudiantes y jubilados. Unas chicas juegan al voleibol, estas sí, como si les fuera la vida en ello. Por el paseo bajan jóvenes vestidos para el rugbi. Algunos incluso con la cara pintada.

De repente, alguien murmura con deje de envidia: "Deporte harán, pero en su pueblo". Unos chicos luce, sin miramientos, músculos y culos al sol. Ni tienen tripa cervecera ni dan tiempo a que actúe la policía. Cuando la ven se cubren en un pispás.