En los próximos días, el juez José Antonio Vázquez Taín levantará el secreto sobre las actuaciones que desde el pasado 22 de septiembre se vienen realizando con la Guardia Civil para esclarecer el crimen de Asunta Basterra. No se esperan grandes sorpresas en una investigación que da por hecho que Rosario Porto asesinó a su hija de 12 años con la ayuda de su exmarido, Alfonso Basterra. ¿Por qué? Por un motivo tan mezquino como que a la distinguida letrada de Santiago de Compostela le molestaba cada vez más la actitud de su hija, que, a pesar de su edad, le recriminaba cada vez más su nueva vida, con relaciones que no eran del agrado de la pequeña. El padre, por su parte, se dejó arrastrar por una exmujer de la que seguía enamorado y de la que dependía económica y afectivamente.

A medida que pasan los días, se van conociendo nuevos datos sobre la actuación de los padres en esas primeras horas, antes de ser detenidos. Y aunque no se trate de indicios ni de pruebas, sí dibujan con claridad un comportamiento nada habitual para unos padres que acababan de denunciar la desaparición de su única hija. Y explican por qué desde el primer momento fueron considerados los únicos sospechosos del asesinato. Apenas 48 horas después de la aparición del cadáver de Asunta, Rosario Porto fue detenida en el tanatorio.

El micrófono en la celda

Esa misma tarde, Basterra se presentó en el cuartel y pidió hablar con los responsables de la investigación. "¿Por qué no me detienen? Deténganme. Yo también debería estar allí dentro", soltó para asombro de todos. Al padre lo único que le preocupaba en ese momento era conocer qué había en contra de su mujer para actuar en consecuencia. Fue detenido al día siguiente, y esa misma noche, la Guardia Civil solicitó al juez Vázquez Taín instalar un micrófono que grabara cualquier conversación que desde sus celdas pudieran tener padre y madre. Solo fueron tres frases: "Tú y tus jueguecitos... ¿Te ha dado tiempo a deshacerte de eso?", le dijo Rosario a Alfonso. Este le respondió con contundencia: "Calla, que a lo mejor nos están grabando". Ya no hablaron más, pero los investigadores entendieron que iban bien encaminados porque esos padres no solo tenían algo que ocultar, sino que se habían deshecho de algo.

Esos primeros días, la Guardia Civil trasladó a Rosario Porto detenida a la casa familiar de Teo, en la que unas imágenes de ella, enfundada en pieles, comiendo chirimoyas que arrancaba de un árbol y riendo a carcajadas, fueron interpretadas como propias de una madre con poca empatía hacia su hija asesinada. Las risas correspondían a una conversación informal con uno de los guardias, que le recriminaba lo mal cuidado que estaba el jardín y se ofrecía a arreglarlo. En ese momento Rosario ya conocía a todos los investigadores por su nombre y se dirigía a ellos buscando cercanía y complicidad.

Otras imágenes desconcertantes fueron las grabadas a través de una ventana abierta del juzgado de Santiago, en las que la acusada levantaba los brazos hacia atrás frente al juez Vázquez Taín. En ese momento, Rosario escenificaba ante el magistrado cómo su hija le decía "me mareo, me mareo...".

Tampoco pasó desapercibido cómo en el momento en que Porto regresó ese sábado 21 de septiembre a su piso, lo primero que hizo fue llamar desde su teléfono fijo al padre, y este inmediatamente se acercó. Minutos después fueron grabados por varias cámaras caminando tranquilos hasta la comisaría de la Policía donde denunciaron la desaparición de Asunta. Antes no hicieron ni una llamada a amigos de la niña, vecinos o familiares, ni a la madrina de la pequeña, para comprobar si estaba con algún conocido. En el camino se encontraron con unas compañeras del colegio de su hija y sí les preguntaron.

Los investigadores sostienen que Rosario trasladó sola el cadáver de su hija hasta la pista forestal. La niña iba ya muerta en la parte trasera del coche. En brazos y arrastrándola un poco, como delatan unas pequeñas rozaduras en los tobillos, la madre la depositó con cariño a los pies de un pino.