Una escena: Ramón el de Ribadavia levanta su escopeta. La prostituta brasileña, la que ha llevado a casa para no tener que pagar un motel, no lo toma en serio, lo reta: "No tienes cojones"; pero él le demuestra que sí. Otra escena: cinco trabajadores de la limpieza, en Portugal, descubren un cajón que se mece en las aguas del río Miño. En la orilla. Se acercan, lo abren y en el interior encuentran un cadáver descompuesto, con una piedra atada al cuello. Otra escena: siete terroristas encerrados en un piso, rodeados por la policía. Se escuchan cánticos y rezos. Un agente pega su móvil a la puerta; al otro lado de la línea, un traductor confirma que son versículos de despedida. Del Corán. Y luego el piso vuela. La última: en Sanlúcar de Barrameda, Cádiz, un empresario abandona su despacho. La escena, en realidad, la ha visto todo el mundo: en el cine, en un aparato de televisión. El empresario sale a la calle y varios tipos le caen encima. Lo meten a empujones en una furgoneta, le atan las manos, le cubren con una capucha la cabeza. Y todo es oscuridad.

Estas cosas pasan, y pasan a veces en la casa de al lado, y en cualquier caso pasan en este país y son las cosas que llenan las páginas de España negra (Planeta), que es secuela o segunda parte Barcelona negra . Aunque en realidad es la mitad; la mitad de las páginas. Porque la otra mitad la llenan los policías, cómo no, los de la Brigada Central de Información, los de la Judicial de Madrid, los de Inmigración Ilegal, los de Homicidios, los del Grupo de Secuestros; y las llenan, cómo no, con la otra parte de la historia: haciendo seguimientos, ordenando escuchas, escarbando en el lugar del crimen, en plena desazón porque la investigación no lleva a nada o en estado de euforia porque acaban de ajustar los cabos; tensos, nerviosos, agazapados, esperando la orden para derribar la puerta y entrar al grito de: "¡Policía!" Otro clásico del cine, o de la televisión.

En España negra los periodistas son algo así como el tercer puntal del libro: porque las más de las veces no se limitan a contar, no desde la barrera, al menos, sino que están ahí; así que el libro se compone en resumen de criminales, de los policías que van tras ellos y de los periodistas que merodean con afán de contarlo todo.

El elemento periodístico

"Después de cuatro años como jefe de prensa de la Policía en Cataluña--dice Rafael Jiménez, que es el hombre detrás de ambos libros, el que tuvo y vendió la idea y el que llamó a los periodistas y el que, de hecho, escribe una de las historias de la España negra -- he llegado a conocer un poquito lo que hay detrás de un periodista, y he llegado a la conclusión de que es lo más parecido que hay a un policía. El periodista de sucesos, quiero decir. Y este libro, aparte de a la policía, es un homenaje a esos periodistas, los que salen a la calle con su libreta de notas a buscar la noticia, a investigar". La mayor parte de las historias son bien conocidas, desde el el 11-M, el comando Madrid, o el robo de arte en casa de Esther Koplowitz.