Un día, con apenas veinte años, apareció por el despacho y se quedó en mi vida. Ahora, pasados ya casi quince de aquello, aún le agradezco a Dios el regalo. Cruzarte en su camino, o que el tuyo se vea cruzado por el suyo, es un regalo bendito. Terminados sus estudios, vino de prácticas; nos lo metieron de pacotilla.

Y la pacotilla se convirtió en valiosa mercancía. Trabajamos unos años juntos. No cuento sus virtudes porque las tuvo sin cuento. Pero una sobre todas: la santa chaladura de todas las levaduras que en el mundo han sido. Un mixtura ibérica de optimismo y fe desmedida en que lo imposible está siempre al alcance de la mano. Como todos los que se arriesgan a caminar, nunca se tuvo camino. Me fue de gran ayuda en más de una de las aventuras en que me embarqué y, al final, sé que aprendí yo más de él que él de mí. Algunos de mis recuerdos más gratos están fotografiados a su lado. Pequeños empeños míos que, ahora, pasado el tiempo, resultan ser los mayores de mi vida. Y él estaba allí. Empleado no. A sueldo tampoco. Era mucho más que un mercenario. Él estaba allí con todo, con la ardiente sesera de los que ven más allá, de los que tienden puentes, de los iluminan el camino. Sin mapa. A tumba abierta. A riesgo de descarrilar.

Se llama Felipe Moreno y es de Badajoz. De Badajoz como Porrina y como Godoy. De Badajoz y de su gente. A machamartillo. Un enamorado de este pedacito de frontera. Es de Badajoz, pero vive en Irlanda.

A Felipe se le debe el que hoy esté vivo el Club Deportivo Badajoz. Si hubo alguien que se empeñó en convencernos a los demás de que el enfermo aún respiraba fue él. Él, por encima de todos. Él, porque no sabía que era imposible. Tuvo la voluntad y la lucidez de hacerlo. Él fue, una vez más, la levadura. Dicen que en las trincheras no se combate por las ideas, sino por los camaradas. Por no faltarle a quien combate a tu lado cuando te pide socorro. Yo me metí en ese jaleo por no fallar al que a mí no me fallaba. Isidoro, aquel extremo de leyenda, fue el primer presidente de honor del renacido Club Deportivo Badajoz. Ahora que Isidoro ya no está con nosotros, Felipe merecería serlo. Felipe, porque fue levadura.

Nuestros caminos se separaron, y después de lo del Badajoz dejamos de vernos. Hasta que un día me dijo que se iba. Que se iba lejos. Lejos de Badajoz. Poco más de treinta años y se fue del ojo del torbellino de su propia vida. Me pidió consejo; no recuerdo qué le dije, pero sé qué le diría ahora: más que para dar consejos estoy para recibirlos. Se fue. Antes, y a modo de despedida, se gastó los ahorros en pasear a su madre, Gloria, por España. Pero se fue.

Antonio García Salas le dedicó una columna perfecta en estas mismas páginas. Antonio también fue testigo de algunas de los batallas de Felipe. En la empresa y fuera de ella. En el fútbol, pero también en el carnaval o en el festival folclórico. Felipe es músico. De raíz. En una ocasión me pidió que de un viaje a Cuba le trajera cuerdas para su tres cubano. En La Habana no hay cuerdas. Si se rompen las empalman.

Felipe se fue. Y vive en el frío. Ahora toca el banyo en los partidos de fútbol gaélico, que debe ser distinto al de aquí, y, según me dice, donde no necesitan inversores para respirar felices. Toca cuando no trabaja en la multinacional que le da empleo. En Irlanda hay más de una y más de dos empresas florecientes al calor de los pocos impuestos. Si en vez de en Irlanda esas multinacionales estuvieran en Badajoz puede que Felipe siguiera tocando la jota del candil a golpes de bandurria.

Felipe dice que allí la gente es menos dada a los enfrentamientos. Será el frío. Ahora Felipe cocina (y es feliz). En los aeropuertos sospechan que transporta cadáveres troceados en la maleta. Y aciertan. En Irlanda no salan los huesos de cerdo para el caldo. A la postre, tal y como le tengo dicho, no son tan civilizados como pudiera parecer. Su madre le visita de vez en cuando. A Gloria le gustan los helados de Irlanda. Gloria habla, en irlanda, español con desparpajo extremeño. Le pregunta al carnicero por los huesos salados y el carnicero le pone cara de avutarda. Así que Felipe se los trae de Salvaleón.

Ayer, Felipe me pidió consejo. No supe dárselo. Pero sí sé que tienen suerte los irlandeses de tenerle por allí. También Felipe. Ahora puede hacer lo que aquí ya no podía. Ha salido de vía muerta. Un tipo como él no podía quedarse en ratoncito de oficina. Ha hecho bien. Pero también sé que, esté donde esté, Felipe está en Badajoz.