La imagen de tres líderes latinoamericanos como la brasileña Dilma Rousseff, la argentina Cristina Kirchner y el boliviano Evo Morales, de pie, escuchando la Misa de Francisco junto a otros tres millones de fieles en la mañana de ayer, en la plaza de Copacabana, resumió de una manera muy gráfica el llamado efecto Bergoglio. El Papa más social, por lo menos en décadas, ha marcado durante su estancia en Brasil un nuevo rumbo en la Iglesia Católica del que ya ha dejado signos desde que se convirtió en pontífice. En su primer viaje internacional, y en tan solo una semana, el argentino ha mandado a los obispos a mirar a las favelas; a los poderosos, en sus bolsillos, y a los políticos, a las calles. Uno a uno, Francisco ha metido el dedo en la llaga de todos los problemas por los que otros jefes de Estado pasan de puntillas, y eso en un país como Brasil que no atraviesa una situación fácil.

"Es un Papa político que interpreta muy bien la situación de crisis del mundo contemporáneo", afirmaba ayer el escritor experto en el Vaticano Marco Politi en una entrevista con el diario brasileño O'Globo . "Con él se abre una revolución. Lo que no sé es si acabará como Franklin Roosevelt y su New Deal, o como Mijail Gorbachov y su Perestroika", comentaba el autor italiano, quien considera el proceso de renovación una apuesta arriesgada pero necesaria que desde hace tiempo se barajaba en el Vaticano. Sin duda, esta 28 edición de las Jornadas Mundiales de la Juventud han servido como altavoz y punto de partida del discurso emprendido por el Papa porteño.

Antes incluso de llegar a Brasil, en el vuelo desde Roma, Francisco ya alertó de la situación de la juventud al afirmar que la sociedad actual "corre el riesgo de crear una generación que nunca ha trabajado. La crisis mundial no está tratando bien a los jóvenes". El contenido político de sus intervenciones, mas allá de sus gestos de humildad --el discreto utilitario, la proximidad física con los fieles--, ha ido confirmando al Papa de los pobres que renuncia al lujo vaticano. El jueves, en su visita a la favela de Varginha, una de las zonas más deprimidas de Río de Janeiro, dio rienda suelta a sus tesis más combativas.

"Ningún esfuerzo de pacificación será duradero en una sociedad que deja al margen, que abandona en la periferia, a parte de sí misma", afirmó.