THta amanecido domingo de aguas. "En abril, aguas mil/ y el cielo se tiñe de añil". Dicen que ese ripio es de Don Antonio Machado. Habría que verlo. Como sea, ni un alma por las calles de Norba al comienzo de la mañana gris.

En la churrería, al amor del churrito y el cafelito caliente, pegamos la hebra con un amigo cazador.

--Oye ¿tú entiendes el galimatías este del Reglamento de Caza?

--No pienso ni leerlo. Llevo toda la vida leyendo, comentando, glosando y cabreándome con las mil y una normas, leyes, artículos y enmiendas, y a la postre, todo sigue igual, solo que peor que antiguamente.

El otro día se lo oí a Frutos, veterano cazador, que de campo y caza sabe un rato.

--Yo creo que el campo está enfermo, contaminado, envenenado. Por eso la caza chica no cría y se extingue. Está prácticamente desaparecida.

Así que a ver qué hacemos. Los de arriba mucha ley y mucho reglamento; pero salimos al campo a por un lance, o a lo sumo a por dos, y lo que nos guardamos son los dos cartuchos de la escopeta sin haberlos disparado y con un pesado y pesaroso bolo en las mochila. Vamos a dejarlo.

Hemos bajado por la ronda de Vadillo y ya empezaba el orballo a hacerse notar. En las Vegas del Mocho, la garúa nos refrescaba la cara más de la cuenta y por Aguas Vivas la lluvia nos ha puesto como una sopa, caladitos hasta las trancas.

Ari me miraba como diciendo: "¿Pero se puede saber qué hacemos aquí sin echarnos a cazar en esos abertales? ¿Para qué salimos entonces?". Ella en cuanto se asoma al campo no entiende de reglamentos, vedas ni vainas. Pega su hocico al suelo y corre en pos de los rastros.

No puede ser, Ari, hay que atravesar el desierto de primavera y verano. Y además habrá que ponerse al día con ese galimatías del Reglamento de la Ley de Caza. Verdes las han segado.