Un terremoto de nueve grados sacude el noroeste de Japón y hace temblar Tokio, la metrópolis de más de 30 millones de habitantes; unos minutos después, el mar se abalanza sobre la costa de Miyagi, arrasa pueblos enteros y se lleva miles de vidas; se suceden las réplicas del seísmo y la devastación y el clima hacen que sea difícil atender y abastecer a los supervivientes; Tokio y su región viven apagones causados por la falta de suministro eléctrico; y, lo más terrible, una central nuclear de seis reactores situada a unos 200 kilómetros de la capital permanece más de una semana en estado crítico.

En muchas áreas del planeta, cualquiera de esas circunstancias, extremamente graves, sería suficiente por sí sola para causar el pánico, la desesperación y el caos, y dar pie al pillaje y al sálvese quien pueda. Sin embargo, los japoneses reaccionaron con miedo pero con calma a la primera sacudida; se pusieron a trabajar en seguida para socorrer a las víctimas y reparar las infraestructuras; los supervivientes esperan ordenadamente a que les toque su turno para recibir la ración que les corresponde; los familiares lloran a sus muertos con pudor; los tokiotas ahorran energía con obediencia; y todos contemplan con preocupación, pero sin histeria, los esfuerzos por controlar la radiactividad en Fukushima.

Estas actitudes ejemplares sorprenden a quienes no conocen la historia y la realidad de Japón. El miércoles, en su alocución a la nación, hasta el emperador se hizo eco de la admiración internacional: "En el extranjero se comenta que los japoneses se ayudan mucho sin perder la calma en medio de esta tristeza tan grande. Espero que, a partir de ahora, todos se ayuden y cuiden unos de los otros y superen esta desagradable etapa", dijo Aki Hito.

Para los japoneses y los extranjeros que hemos vivido o estudiado su cultura, las reacciones de estos días son las esperables de un pueblo preparado por la naturaleza y la historia para sufrir desastres de todo tipo y vencer a la adversidad desde el sacrificio individual puesto al servicio del bien colectivo.

"La conciencia milenaria de la inestabilidad del territorio y la mutabilidad de los elementos ha tenido por respuesta eso que parece resignación y que es más bien entereza. Se puede rastrear la historia de ese sentimiento desde el Man´yoshu (la colección más antigua de poesía nipona). La disciplina cívica japonesa se formó en épocas más recientes: data de la época de Edo, pero también es, en parte, una respuesta a los accidentes naturales", explica el poeta mexicano Aurelio Asiain, profesor en la Universidad de Estudios Extranjeros de Kansai.

La mayoría de japoneses son conscientes de esos rasgos que caracterizan su cultura y su sociedad y que hacen que respondan a los acontecimientos de una forma particular. Un ejemplo de esa consciencia es Kenji Shinohara, realizador de televisión en Tokio y buen conocedor de las culturas española y coreana. "En Japón, el budismo y el confucianismo, llegados desde Corea y China, se sumaron al sintoísmo preexistente y de ahí surgieron el bushido (código del samurái) y la moral japonesa, con la mentalidad de autosacrificio y consideración hacia el prójimo. En esa mentalidad, a diferencia de lo que pasaba en otros países, en lugar de buscar el propio interés, se sacrificaba todo por el feudo (las provincias de la época de Edo) o el líder. De ahí surge la consideración de la modestia y la generosidad como virtudes", explica Shinohara.

Evitar las confrontaciones

Para el puertorriqueño Roberto Negrón, profesor de español y de comunicación intercultural en la Universidad de Estudios Extranjeros de Kioto, la explicación es sencilla: "Japón es una sociedad que aprecia la armonía y los japoneses evitan a toda costa las confrontaciones. Esa siempre ha sido su filosofía desde tiempos antiguos y es lo que ha permitido al pueblo japonés unirse en situaciones difíciles, como durante la segunda guerra mundial o el terremoto de Kobe, y ahora también".

Aceptación de la fuerza de la naturaleza y aprecio de la armonía son, sin duda, características culturales del pueblo japonés. Pero, según Montse Marí, presidenta del Centre Catalán de Kansai, cuando hablamos de su reacción ante las adversidades, hay que tener en cuenta dos perspectivas: "Una es la personal, la capacidad de contener, de perseverar y de tener paciencia. La otra es la de la relación con los demás. La lengua japonesa tiene como mínimo ocho caracteres chinos o combinaciones de estos que expresan la idea de paciencia, perseverancia, sacrificio y entereza. Una de las más utilizadas es la palabra nintai, que evoca la virtud de perseverar y tener una paciencia activa, no derrotista o llorona".

Los japoneses están acostumbrados a las calamidades. En 1923, un gran terremoto mató a más de 100.000 personas y destruyó parte de Tokio, y en 1995 otro mató a más de 5.000 y asoló el centro de Kobe. Pero es que el país tiembla casi todos los días en algún punto de sus más de 4.000 islas; cada año es azotado por tifones; y periódicamente sufre erupciones volcánicas, lluvias torrenciales y grandes incendios forestales. Además, en 1945 --tras haber causado grandes

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