Qué dolor de parto en las yemas de los dedos tras cada artículo. Nadie imagina cuánto resoplido, cuánto empujar y empujar para que la cosa salga. Luego, mal que bien, la cosa sale, y con el alma aún abierta de piernas, va el escritor y pregunta emocionado si ha sido artículo o crónica. Sólo por preguntar, claro, porque de sobra sabe el pobrecillo que su criatura es de sexo indefinido, como un ángel de tinta. Con esto de la crisis, trabajar en el sector es como parir en China, donde los partos femeninos están menos valorados que la voz de Carmele . Nada de crónica, nada de narración, nada de literatura. Solo artículos. Cada vez más esmirriados y anémicos, en los puros huesos, casi sin espacio para la carne y la sustancia. Los echa el escritor al mundo a sabiendas de que salen tan enclenques que al día siguiente han de morir de puro olvido. Y no hablo sólo de la prensa regional. También los grandes periódicos se han contagiado de esta enfermedad. Se conoce que el público le ha perdido la afición al género. Y da un poco de lástima ver a gente de talento que tiene cosas que decir y arte para decirlo tratando de colocar las palabras en una columna canija donde en un mundo coherente apenas tendría espacio para el introito. Raúl del Pozo hay días que parece que habla en infinitivo, como los indios. A Manuel Alcántara le han recortado tanto el espacio que a la fuerza se ha hecho inventor de adagios y refranes. Más que literatura, lo de los articulistas es como esos granos de arroz donde algunos se dan maña para pintar las Meninas. Curioso, sin duda, pero no valen ni como cuadros ni para paella. El Vuelva usted mañana se lo harían hoy reescribir a Larra con menos de cuatrocientas palabras. Y habríamos perdido todos, pero, más que nadie, el periodismo.